Amante Rescatado: Capítulo 32

¡Buenas!

Pues aquí está el capítulo 32. Sé que he tardado un poquito más, pero bueno, no me he olvidado de vosotros, así que aquí lo tenéis.

No tengo mucho que decir, sólo que espero que lo disfrutéis y, como siempre, agradecerles tanto a Ludi como a Inés por su apoyo. ¿Qué haría yo sin esas dos? Siempre están ahí cuando las necesito.

Besitos y a leer.

Capítulo 32

Rehvenge presionó CTRL+P en su portátil y se inclinó hacia atrás para recoger los papeles que escupía, uno a uno, su impresora. Cuando la máquina emitió un último zumbido y un suspiro, dejó la pila frente a él, puso las hojas en orden, puso sus iniciales en la esquina superior derecha de cada una de ellas y luego firmó tres veces. La misma firma, las mismas cartas, los mismos garabatos en cursiva.

No llamó a Xhex para que le sirviera de testigo. Tampoco le pidió a Trez que lo hiciera.

Fue iAm el que lo hizo, el Moro actuó a lo John Hancock usando el nombre que había asumido para propósitos humanos en las líneas adecuadas para acreditar el testamento, las transferencias de bienes inmuebles y el fideicomiso. Después de hacer eso, firmó una carta escrita en la Lengua Antigua con su verdadero nombre así como una declaración de la línea de descendencia.

Cuando terminaron, Rehv puso todo en un maletín Luis Vuitton negro y se lo dio a iAm.

—Quiero que te lo lleves de aquí en treinta minutos. Llévatela aunque tengas que noquearla de un puñetazo. Y asegúrate de llevarte a tu hermano contigo y de que todo el personal se haya ido.

iAm no dijo nada. En cambio, sacó el cuchillo que llevaba en la parte baja de la espalda, se hizo un tajo en la palma de la mano y la extendió, su sangre cayó espesa y azul sobre el teclado del portátil. Era todo lo equilibrado que Rehv necesitaba que fuera, absolutamente imperturbable y firme.

Y por ese motivo hacía mucho tiempo que siempre lo elegía para la mierda más difícil.

Cuando se puso de pie para estrechar la mano que se le ofrecía, Rehv tuvo que tragar con fuerza. El apretón de manos era un voto de sangre, y luego sus cuerpos se encontraron en un firme y estrecho abrazo.

iAm dijo en voz baja y en la Lengua Antigua:

Te conocí bien. Te amé como si fueras de mi propia carne y hueso. Te honraré por siempre jamás.

—Cuídala, ¿de acuerdo? Se pondrá violenta y le durará un buen rato.

—Trez y yo haremos lo que sea necesario.

—Nada de esto fue culpa suya. Ni el principio ni el final. Xhex va a tener que creer en eso.

—Lo sé.

Se separaron y a Rehv le costó mucho dejar ir el hombro de su viejo amigo, sobre todo porque esta era la única despedida que iba a tener: Xhex y Trez hubieran luchado contra su decisión, hubieran tratado de negociar otras soluciones mientras arañaban y se aferraban a otros desenlaces. iAm era más fatalista. También era más realista, porque no había otro camino.

—Vete —dijo Rehv con voz quebrada.

iAm se puso la palma ensangrentada sobre el corazón, hizo una reverencia doblándose por la cintura, y luego se fue sin mirar atrás.

A Rehv le temblaron las manos cuando retiró la manga para comprobar la hora en su reloj. Ahora el club cerraba a las cuatro. El personal de limpieza llegaba a las cinco de la mañana en punto. Lo que significaba que después de que todo el mundo se hubiera ido, le quedaría media hora.

Recogió el teléfono y se dirigió hacia su dormitorio, marcando un número al que solía llamar a menudo.

Mientras cerraba la puerta, oyó la cálida voz de su hermana en la línea.

—Hola, hermano mío.

—Hola. —Se sentó sobre la cama, preguntándose qué decirle.

En el fondo podía oír a Nalla lloriqueando con un gimoteo lastimero, y Rehv se quedó inmóvil. Podía imaginárselas a las dos juntas, la niña apoyada contra el hombro de su hermana, un frágil paquetito de futuro envuelto en una suave manta ribeteada con una banda de satén.

El único infinito que conocían los mortales eran los niños, ¿o no?

Él nunca los tendría.

—¿Rehvenge? ¿Estás ahí? ¿Estás bien?

—Sí. Llamé sólo porque… quería decirte… —Adiós—. Que te quiero.

—Eso es muy dulce. Es duro, ¿verdad? Ya no tener a mahmen.

—Sí. Lo es. —Cerró los ojos y los apretó con fuerza, y como si hubiera recibido una señal, Nalla comenzó a llorar en serio, a través del auricular pudo oír el sonido de su aullido.

—Perdón por mi pequeña cajita de ruidos —se disculpó Bella—. No se quiere dormir a menos que camine por la habitación, y mis pies están comenzando a rendirse.

—Escucha… ¿recuerdas la nana que solía cantarte? Cuando eras pequeña.

—Oh, Dios mío, ¿la que trataba de las cuatro estaciones? ¡Sí! Hacía años que no pensaba en ella… Solías cantarla cuando no podía dormir. Incluso cuando ya era mayor.

Sí, esa es, pensó Rehv. La que venía directamente de los Antiguos Mitos acerca de las cuatro estaciones del año y de la vida, la que le había ayudado a sobrellevar junto a su hermana muchos días de insomnio, él cantando y ella reposando.

—¿Cómo era? —preguntó Bella—. No puedo…

Rehv cantó un poco torpemente al principio, tropezando con las palabras de su oxidada memoria, las notas no eran perfectas debido a que su voz siempre había sido demasiado profunda para el tono en que estaba escrita la canción.

—Oh… esa es —susurró Bella—. Espera, deja que te ponga el manos libres.

Se oyó un pitido y luego un eco, y mientras seguía cantando, el llanto de Nalla se secó, las llamas extinguidas por una suave lluvia de palabras antiguas.

La capa verde pálido de la primavera… el velo brillantemente florecido del verano… el hilado fresco del otoño… la manta de frío del invierno… las estaciones no pertenecían sólo a la tierra, sino a toda criatura viviente, el esfuerzo por llegar a la cumbre, el goce de la victoria, seguido por la caída de la cima y la suave luz blanca del Fade que era el eterno desenlace.

Cantó la nana dos veces, y su último viaje a través de las palabras fue el mejor. Se detuvo allí, porque no deseaba correr el riesgo de que el siguiente intento no fuera igual de bueno.

La voz de Bella se oyó ronca por las lágrimas.

—Lo conseguiste. Lograste que se durmiera.

—Tú podrías cantársela si quisieras.

—Lo haré. Definitivamente que lo haré. Gracias por recordármela. No sé por qué nunca antes se me había ocurrido intentarlo.

—Quizás lo hubieras hecho. En algún momento.

—Gracias, Rehv.

Duerme bien, hermana mía.

—Te llamaré mañana, ¿vale? Pareces distraído.

—Te quiero.

—Ah… yo también te quiero. Te llamo mañana.

Hubo una pausa.

—Cuídate. Cuídate tú, a tu pequeña y a tu hellren.

—Lo haré querido hermano. Adiós.

Rehv cortó la comunicación y se quedó sentado con el teléfono en la mano. Para mantener la pantalla encendida, presionaba la tecla de mayúscula cada dos minutos.

Le mataba no poder llamar a Marissa. Mandarle un mensaje de texto. Extenderse hacia ella. Pero estaba en el lugar que debía: era mejor que le odiara a que le llorara.

A las cuatro y media, recibió el mensaje de texto de iAm que había estado esperando. Eran sólo dos palabras.

Todo despejado.

Rehv se levantó de la cama. La dopamina estaba perdiendo efecto, pero todavía quedaba suficiente en su sistema como para que se tambaleara al no usar el bastón y se viera obligado a recobrar el equilibrio. Cuando se convenció de que estaba lo suficientemente estable, se quitó el abrigo de marta cibelina y la chaqueta y se desarmó, dejando sobre la cama las pistolas que habitualmente llevaba debajo de los brazos.

Era hora de irse, hora de usar el sistema que había instalado después de haber comprado el edificio de ladrillos del club y de haberlo renovado desde la piedra angular hasta el techo.

Todo el lugar estaba conectado por medio de sonido. Y no del tipo Dolby.

Regresó a su oficina, se sentó detrás del escritorio y abrió el último cajón del lado derecho. Dentro había una caja negra que no era más grande que el control remoto de una televisión, y aparte de él, iAm era el único que sabía lo que era y para qué servía. iAm también era la única persona que tenía conocimiento de los huesos que Rehv guardaba debajo de su cama, huesos que eran de un macho humano y aproximadamente del tamaño de los de Rehv. Pero por otra parte, iAm era el que los había conseguido.

Rehv sacó el control remoto y se puso de pie, paseando la mirada por el lugar por última vez. Las pilas de papeles ordenadas. El dinero de la caja fuerte. Las drogas en la sala de corte de Rally.

Salió de la oficina. Ahora que había terminado el horario de trabajo, el club estaba bien iluminado, y la sección VIP estaba cubierta por los residuos de toda la noche, como una puta muy usada: había huellas en el lustroso suelo negro, marcas circulares de la transpiración de los vasos, servilletas arrugadas y dejadas sobre las banquetas aquí y allá. Las camareras limpiaban después de que se iba cada cliente, pero un humano tenía limitaciones en cuanto a lo que podía ver en la oscuridad.

La catarata, que estaba atravesada en el camino para separar las secciones, estaba apagada, por lo que tenías una clara visión de la sección popular… que no se veía mucho mejor. El suelo de la pista de baile estaba todo rayado. Había varillas de cóctel y envoltorios de piruletas por todos lados, y hasta habían dejado un par de bragas en un rincón. En el techo, había quedado expuesto el sistema de iluminación por láser con sus redes de vigas, cables y portalámparas, y como no sonaba la música, los altavoces enormes estaban hibernando como osos negros en una cueva.

En este estado el club era como El Mago de Oz al ser expuesto: toda la magia que se desarrollaba aquí noche tras noche, todo el barullo y la excitación, en realidad era solamente una combinación de electrónica, bebidas alcohólicas, y químicos, una ilusión para la gente que atravesaba la puerta delantera, una fantasía que les permitía ser cualquier cosa que no pudieran ser en el día a día de sus vidas. Tal vez ansiaban ser poderosos porque se sentían débiles, o sensuales porque se sentían feos, o elegantes y ricos cuando en realidad no lo eran, o jóvenes cuando se adentraban rápidamente en la mediana edad. Tal vez desearan cauterizar el dolor de una relación fallida o cobrarse venganza por haber sido plantados o pretender que no estaban buscando pareja cuando en realidad estaban desesperados por conseguir una.

Cierto, salían a «divertirse», pero estaba completamente seguro de que debajo de la superficie alegre y radiante,  había mucha oscuridad y decaimiento.

El club en su estado actual era la metáfora perfecta de su vida. Durante mucho tiempo había sido el Mago, engañando a sus seres más cercanos, encajando con la gente normal a través de una combinación de drogas, mentiras y subterfugios.

Ese era tiempo pasado.

Rehv dio una última vuelta por el lugar y salió por las puertas dobles del frente. El cartel negro sobre negro del ZeroSum no estaba encendido, indicando que ya estaban cerrados por esa noche. Aunque sería más adecuado decir que habían cerrado definitivamente.

Miró a izquierda y derecha. No había nadie en la calle, ni coches ni peatones a la vista.

Se dirigió a examinar el callejón en el cual estaba la entrada lateral que daba a la sección VIP y luego lo atravesó rápidamente dirigiéndose hacia el otro callejón. No había indigentes. No había parásitos.

De pie bajo el frío viento, Rehv se tomó un momento para apreciar los edificios que estaban alrededor del club, buscando rejillas que indicaran que había humanos en ella. Nada. La señal de que estaba todo despejado era correcta.

Cuando estuvo listo para partir, cruzó la calle, bajó dos bloques, y luego se detuvo, deslizó la tapa del control remoto hacia abajo, e ingresó un código de ocho dígitos.

Diez… nueve… ocho…

Encontrarían los huesos calcinados y crujientes, y durante un breve momento se preguntó de quién serían. iAm no se lo había dicho, y él no había preguntado.

Siete… seis… cinco…

Bella iba a estar bien. Ella tenía a Zsadist, a Nalla, a los Hermanos y a sus shellan. Para ella iba a ser brutal, pero lo superaría, y era mejor esto a que se enterara de una verdad que la destruiría: nunca debía enterarse de que su madre había sido violada y de que su hermano era medio Comedor de Pecados.

Cuatro…

Xhex permanecería apartada de la colonia. iAm se aseguraría de ello, porque iba a forzarla a atenerse a la promesa que había hecho la noche anterior: había prometido cuidar de alguien, y en la carta que Rehv había escrito en la Lengua Antigua, la cual había hecho que iAm legitimara, le exigía que cuidara de sí misma. Sí, la había engañado al respecto. Sin duda habría asumido que le pediría que matara a la princesa, o tal vez hasta podía haber pensado que le pediría que cuidara a Marissa. Pero era un symphath, ¿verdad? Y ella había cometido el error de darle su palabra sin saber a qué se estaba comprometiendo.

Tres…

Rastreó el contorno del techo del club con los ojos y trató de imaginar el aspecto que tendrían los escombros, no sólo los que estuvieran alrededor del club, sino que también los dejaría en las vidas de las personas al dirigirse hacia el norte.

Dos…

A Rehv le dolía muchísimo el corazón, y sabía que era debido a que estaba guardando luto por Marissa. A pesar de que técnicamente era él, el que estaba muriendo.

Uno…

La explosión que detonó debajo de la pista de baile principal desencadenó dos más, una debajo del bar de la sección VIP y otra en la balconada del entresuelo. Con un tremendo estruendo y un temblor envolvente, el edificio se estremeció hasta los cimientos y una ráfaga de ladrillos y cemento vaporizado se precipitó hacia fuera.

Rehvenge se tambaleó hasta atrás y chocó contra la vitrina de cristal de un salón de tatuajes. Después de recuperar el aliento, observó cómo la fina niebla de polvo flotaba hacia abajo como si fuera nieve.

Roma había caído. Y a pesar de ello era difícil partir.

La primera de las sirenas sonó no más de cinco minutos más tarde, y esperó a que pasaran las luces intermitentes rojas a toda velocidad salpicando toda la calle Trade.

Cuando lo hicieron, cerró los ojos, trató de calmarse… y se desmaterializó hacia el norte.

Hacia la colonia.

Dagger

Había recibido un e-mail citándola a aquel lugar aquella misma mañana. No sabía quién lo mandaba, pero si se trataba de Rehvenge o de aquel otro macho, Trez, iba a cantarle las cuarenta y a mandarlos a la mierda. Había tenido suficiente drama por lo que le quedaba de existencia y las mentiras ya le habían hecho bastante daño.

Entró en el pequeño café y miró alrededor, intentando averiguar quién de los tantos la había citado en aquel lugar. Cuando estaba a punto de rendirse, vio a un macho rubio, con un aire de riqueza que tenía un portafolio negro sobre la silla a su lado, ponerse en pie.

Se acercó a él, ligeramente intimidada.

—¿Puedo ayudarle? ­—le preguntó Marissa.

El macho hizo una pequeña reverencia, llevando la palma de su mano galantemente hacia el pecho, y cuando habló, su voz era extraordinariamente baja y muy culta.

—Estoy buscando a Wallen, hijo de Dhrum. ¿Es usted su hija?

—Sí, lo soy. ¿De qué se trata? ¿Y quién es usted?

El macho miró a su alrededor antes de acercarse.

—¿Le importaría si fuéramos a algún sitio un poco más privado?

La hembra lo miró por un segundo, después asintió y el macho sonrió con suavidad antes de que ambos salieran fuera. Ella le indicó su dirección y cuando el rubio se hubo desmaterializado, ella le siguió.

Una vez tomó forma de nuevo, fue hasta el portal del bloque de pisos en el que vivía y abrió la puerta de la calle para después guiarlo hasta el interior del apartamento.

Cuando hubieron entrado, ambos se miraron por un segundo antes de que el otro metiera una mano en el bolsillo de su pecho y sacara un ID en la Lengua Antigua:

—Soy Saxton, hijo de Tyhm, abogado contratado por la casa de Montrag, hijo de Rehm. Éste ha pasado recientemente al Fade sin dejar ningún heredero directo, y de acuerdo con mi investigación de linajes, su padre era el pariente más próximo y por tanto único beneficiario. Supongo que podría haber acudido a su hermano, Havers, pero me temo que usted es la primigenia por derecho de nacimiento.

Las cejas de Marissa se dispararon hacia arriba.

—¿Perdón? —Cuando él repitió lo que había dicho, seguía sin entenderlo—. Yo… ah… ¿qué…?

Cuando le abogado volvió a repetir el mensaje, su mente lo rodeó a tientas, intentando conectar los puntos. Rehm era definitivamente un nombre que le era familiar. Lo había visto en los registros de documentos que su padre una vez había manejado antaño… No era un tipo agradable. Ni de casualidad. Tenía un vago recuerdo del hijo, pero nada específico, sólo un remanente de los días pasados como hembra de valía en el círculo de la glymera. De la época en la que había estado comprometida con Wrath.

—Lo siento —murmuró—, pero esto es una sorpresa.

—Lo comprendo. ¿Podría pedirle, si fuera tan amable, que presentara la identificación de su linaje?

—Esto… ¿me disculparía un minuto?

—Tómese su tiempo.

—¿Le gustaría, eh… beber algo? ¿Café, quizá? —Esperaba que dijera que no, ya que lo mejor que podía ofrecerle ahora mismo era un café instantáneo, y él parecía el tipo de hombre que estaba más acostumbrado a tazas de té de Limoges.

—Estoy bien, pero gracias. —Su sonrisa era genuina y para nada sexual. Pero por otra parte, no le cabía duda de que sólo se interesaba por el tipo de hembra aristócrata que ella había llegado a aborrecer precisamente por culpa de su hermano y de las circunstancias de su malograda vida social.

—Volveré en un momento. Por favor, tome asiento. —Aunque esos pantalones suyos, planchados con suma precisión, podrían rebelarse si el macho intentaba depositar su peso sobre una de las miserables sillitas que había allí.

Cuando estuvo en su habitación, buscó bajo la cama y sacó su caja de caudales. Mientras la llevaba de vuelta al saloncito, se sentía torpe, totalmente frita por el drama en el que había vuelto a caer su vida como si fuera un avión en llamas cayendo del cielo. Virgen Escriba amada, el hecho de que un abogado hubiera aparecido buscando herederos perdidos parecía… aburrido. Sea como fuere. Y no iba a poner muchas esperanzas en esto. Por la forma en que estaban resultando las cosas, esta «oportunidad dorada» acabaría yendo en la misma dirección que todo lo demás últimamente.

Directo a la mierda.

Una vez fuera, puso la caja sobre la mesa.

—Lo tengo todo aquí.

Cuando se sentó, Saxton también lo hizo, poniendo su maletín en el suelo lleno de marcas y centró sus ojos grises en la caja. Después de marcar la combinación, ella abrió la pesada tapa.

—Este es el certificado de linaje —indicó mientras le pasaba el pergamino que llevaba el árbol familiar con primorosa y ondulada tinta negra. En la base, las cintas verdes, azules y plateadas estaban fijadas con un sello de cera negra que llevaba el escudo del padre del padre de su padre.

Saxton levantó el maletín, lo abrió, y sacó un par de gafas de joyero, deslizó el peso hasta su rostro y examinó cada centímetro del pergamino.

—Es auténtico —pronunció—. ¿Los otros?

—El de mi madre, y el mío propio, el de mi hermano lo tiene él. —Los desenrolló y él realizó la misma inspección.

Cuando Saxton hubo terminado, se recostó en la silla y se quitó los anteojos. Recorrió la cocina con la mirada, tomando nota del suelo manchado y los electrodomésticos bastante anticuados.

—¿Tiene usted empleo?

Marissa frunció el ceño.

—No veo cómo eso puede ser relevante.

—Lo siento. Tiene usted toda la razón. Es sólo… —Volvió a abrir su maletín y sacó un documento atado de unas cincuenta páginas y una hoja contable—. Una vez certifique que usted es la pariente más cercana de Montrag… y basándome en esos pergaminos tengo todo preparado para hacerlo… nunca va a tener que preocuparse por dinero.

Giró el documento y la hoja contable tamaño legal hacia ella y sacó una pluma de oro del bolsillo del pecho.

—Ahora su valor neto es sustancial.

Con la punta de su pluma, Saxton señaló el número definitivo que aparecía en la esquina inferior derecha de la hoja.

Marissa bajó la mirada. Parpadeó.

Después se inclinó del todo sobre la mesa, hasta que sus ojos no estuvieron a más de tres centímetros de la punta de la pluma y el papel y… de ese número.

No es que estuviera mal de dinero, Wrath y la Hermandad proveían bien a Lugar Seguro, pero prefería invertirlo todo en aquel refugio para hembras, llevándose para sí misma lo mínimo que necesitaba. Lo más que había invertido era en la seguridad del apartamento y nada más.

—Eso es… ¿Cuántos dígitos estoy viendo? —susurró.

—Deberían ser ocho a la izquierda del punto decimal.

—¿Y empieza por un tres?

—Sí. También hay una propiedad. En Connecticut. Puede mudarse cuando quiera después de que termine con los papeles de certificación, todos los cuales redactaré durante el día y pasaré inmediatamente al Rey para su aprobación. —Se recostó hacia atrás—. Legalmente, el dinero, la finca y los efectos personales, incluyendo las obras de arte, antigüedades y los coches, serán suyos. ¿Asumo que usted formaba parte de la herencia en el testamento?

—Ah. S-sí. Por supuesto. —Marissa rebuscó entre los demás papeles de la caja y le entregó el testamento dejado por su padre. El macho lo revisó y asintió. Aunque su padre Wallen le había dejado la patria potestad de la casa a su hermano, así como nombrarla su Whard hasta que el emparejamiento con Wrath hubiera sido llevado a cabo…

—¿Sigue siendo su hermano su Whard? —preguntó Saxton, señalando la cláusula.

—Eh. No. De hecho, no. Incluso él me echó de casa. Ahora mi Whard es Wrath hijo de Wrath.

Volvió a mirar entre los papeles y le entregó el documento.

Dagger

En las largas y oscuras horas posteriores a que Wrath perdiera la visión, se cayó por las escaleras… delante de todo el mundo que se había congregado en el comedor para la Última Comida. El movimiento a lo cáscara-de-plátano le llevó, con el culo por delante, todo el camino hacia abajo hasta llegar al suelo de mosaico del vestíbulo.

La única forma de haber quedado como un perdedor aún mayor hubiera sido si hubiera comenzado a sangrar por todas partes.

Oh… espera. Cuando levantó la mano hacia su cabello, para apartar esa mierda hacia atrás, sintió algo húmedo y sabía que no estaba babeando.

—¡Wrath!

—Hermano…

—¿Qué coño…?

—Santa…

Beth fue la primera de los miles que trataron de alcanzarlo, le puso las manos sobre los hombros mientras la sangre caliente goteaba de su nariz.

Otras manos se extendieron hacia él a través de la oscuridad, las manos de sus hermanos, las de sus shellan, todas las manos amables, preocupadas, compasivas.

Con un exabrupto furioso, les empujó a todos hacia atrás e intentó ponerse en pie. Sin embargo, al no tener el sentido de la orientación que le guiara, terminó con una shitkicker en el primer escalón… lo que le hizo perder el equilibrio. Al manotear en busca del pasamanos, de algún modo se las arregló para equilibrar sus botas y retrocedió arrastrando los pies, no estaba seguro de si se dirigía hacia la puerta delantera o al salón de billar o a la biblioteca o al comedor. Estaba más que perdido en un espacio que conocía muy bien.

—Estoy bien —ladró—. Estoy perfectamente bien.

Todo el mundo a su alrededor se quedó en silencio, su voz de mando no había sido mitigada ni un ápice por la ceguera, su autoridad como Rey era irrebatible aunque no pudiera ver una puñetera mierda.

Su espalda golpeó contra una pared y un candelabro de cristal que había sobre él tintineó por el impacto, el delicado ruido se elevó en el silencio reinante.

Cristo. No podía seguir así, moviéndose por ahí como un coche de choque, golpeándose con las cosas, cayéndose. Pero en esto no tenía derecho a voto.

Desde que se había quedado a oscuras, había estado esperando que sus ojos empezaran a funcionar otra vez. No obstante, con el paso del tiempo, sin que Havers hubiera encontrado respuestas concretas, y ante el desconcierto de la doc Jane, lo que en su corazón ya sabía que era verdad había empezado a abrirse camino hasta su cerebro: esta oscuridad en la que se encontraba era la nueva tierra sobre la cual ahora caminaba.

O caía, en todo caso.

Para cuando el candelabro se aquietó sobre su cabeza, cada parte de su ser estaba gritando, y rezó porque nadie, ni siquiera Beth, intentara tocarle o hablarle o decirle que todo estaría bien.

Nada iba a volver a estar bien. No iba a recuperar la visión, sin importar lo que los médicos pudieran intentar hacerle, sin importar cuántas veces se alimentara, sin importar con cuánta frecuencia descansara o lo bien que se cuidara. Mierda, incluso antes de que V hubiera expuesto lo que había previsto, Wrath ya sabía que esto se avecinaba. Su visión había ido decayendo con el paso de los siglos, la agudeza visual había ido desapareciendo gradualmente con el tiempo. Y había estado sufriendo dolores de cabeza durante años, y su severidad había ido creciendo en los últimos doce meses.

Había sabido que terminaría así. Toda su vida lo había sabido y lo había ignorado, pero la realidad había llegado.

—Wrath. —Fue Mary, la shellan de Rhage, la que rompió el silencio, su voz fue uniforme y sosegada sin rastros de frustración o agitación. El contraste con el caos de su mente le hizo volverse hacia el sonido aunque no pudo responderle nada porque no tenía voz—. Wrath, quiero que extiendas la mano izquierda. Encontrarás el marco de la puerta de la biblioteca. Ve hacia allí y da cuatro pasos hacia atrás para entrar en la habitación. Quiero hablar contigo, y Beth también estará presente.

Las palabras eran tan equilibradas y razonables que fueron como un mapa para atravesar la creciente jungla de espinos, y siguió las indicaciones con toda la desesperación de un viajero perdido. Extendió la mano… y, sí, allí estaba el diseño irregular de la moldura alrededor del marco de la puerta. Arrastrándose hacia un lado, utilizó ambas manos para encontrar el camino que le llevara a atravesar el marco, y después dio cuatro pasos hacia atrás.

Oyó pasos silenciosos. De dos pares de pies. Y las puertas de la biblioteca se cerraron.

Percibía la ubicación de las dos hembras por los sutiles sonidos de sus respiraciones, y ninguna de ellas invadía su espacio personal, lo cual agradeció.

—Wrath, creo que necesitamos hacer algunos cambios temporales. —La voz de Mary provenía de la derecha—. Por si acaso no recobraras la vista pronto.

Menudo eufemismo, pensó él.

—¿Como cuáles? —masculló.

Beth respondió, haciéndole tomar consciencia de que evidentemente ya habían hablado de esto entre ellas.

—Un bastón para ayudarte con el equilibrio, y una infraestructura personal de cobertura en tu estudio para que puedas volver al trabajo.

­—Y tal vez alguna otra clase de ayuda —apuntó Mary.

Mientras absorbía sus palabras, el sonido de los latidos de su corazón rugía en sus oídos, e intentó no prestarle tanta atención. Sí, buena suerte con eso. Cuando un sudor frío le bañó, empapando su labio superior y sus axilas, no estuvo seguro de si era por el miedo o por el esfuerzo que le demandaba tratar de evitar derrumbarse delante de ellas.

Probablemente ambos. La cuestión era que no poder ver era malo, pero lo que realmente le estaba matando era la claustrofobia. Sin una referencia visual, estaba atrapado en el espacio estrecho y atestado bajo la capa de su piel, aprisionado en su cuerpo sin forma de salir… y ese tipo de mierda no le sentaba nada bien. Le recordaba demasiado a cuando era niño y su padre le encerró en un espacio pequeño… y permaneció encerrado mientras veía cómo los lessers asesinaban a sus padres…

El lúgubre recuerdo debilitó sus rodillas y perdió el equilibrio, escorándose hacia un lado hasta que empezó a caer de sus botas. Beth fue la que le atrapó y suavemente lo descargó hacia el otro lado para que cuando se derrumbara lo hiciera sobre un sofá.

Mientras intentaba respirar, apretó la mano de ella con fuerza, y ese contacto fue todo lo que evitó que sollozara como un jodido niño.

El mundo se había acabado… el mundo se había acabado… el mundo se había…

—Wrath —dijo Mary­—, si vuelves al trabajo, ayudará, y mientras tanto podemos hacértelo más fácil. Hay soluciones que pueden hacerte las cosas más seguras y ayudar a aclimatarte a…

Ella hablaba pero él no la escuchaba. En todo lo que podía pensar era en que no volvería a luchar, nunca. Nada de pasear con facilidad por la casa, nunca. Nada de conseguir aunque fuera una impresión borrosa de lo que había en su plato, o de quién estaba sentado a su mesa, o de lo que vestía Beth. No sabía cómo iba a hacer para afeitarse o encontrar la ropa en su armario o ver donde estaba el champú o el jabón. ¿Cómo se ejercitaría? No sería capaz de preparar las pesas que quería o encender la cinta de correr o… mierda, atarse los cordones de las zapatillas de deporte…

—Me siento como si hubiera muerto —dijo con voz ahogada—. Si así es como va a ser… siento como si la persona que era… hubiera muerto.

La voz de Mary le llegó directamente delante de él.

—Wrath, he visto a personas atravesar exactamente el mismo tipo de situación con la que tú estás luchando. Mis pacientes autistas y sus padres deben aprender a ver las cosas de un modo nuevo. Pero para ellos no fue el fin. No hubo ninguna muerte, sólo un cambio en su estilo de vida.

Mientras Mary hablaba, Beth acariciaba el interior del brazo, deslizando la mano arriba y abajo por el tatuaje que ilustraba su linaje. El toque le hizo pensar en los muchos machos y hembras que habían muerto antes que él, cuyo coraje había sido puesto a prueba por desafíos tanto internos como externos.

Frunció el ceño, repentinamente avergonzado por su debilidad. Si su padre y su madre estuvieran vivos en ese momento, se habría sentido avergonzado de que vieran cómo se estaba comportando. Y Beth… su amada, su compañera, su shellan, su Reina, tampoco debería haberle visto así.

Wrath, hijo de Wrath, no debería estar inclinándose bajo el peso que se le había impuesto. Debería estar soportándolo. Eso era lo que hacían los miembros de la Hermandad. Eso era lo que hacía un Rey. Eso era lo que hacía un macho de valía. Debería estar soportando su carga, alzándose por encima del dolor y el miedo, haciéndole frente firmemente no sólo por aquéllos a los que amaba, sino por sí mismo.

En vez de eso, se caía por las escaleras como un borracho.

Se aclaró la garganta. Y tuvo que aclarársela una vez más.

—Tengo… tengo que ir a hablar con alguien.

—Vale —dijo Beth—. Podemos traer a quien sea hasta ti…

—No, iré por mí mismo. Si me perdonáis. —Se puso en pie y avanzó… para darse de lleno contra la mesa del café. Reprimiendo una maldición mientras se frotaba la espinilla, dijo—: ¿Me dejáis aquí? Por favor.

—¿Puedo…? —La voz de Beth se quebró—. ¿Puedo limpiarte el rostro?

Distraídamente, Wrath se limpió la mejilla y la sintió húmeda. Sangre. Todavía estaba sangrando.

—Está bien. Estoy bien.

Hubo un suave susurro mientras las dos mujeres se encaminaban hacia la puerta, después el clic del cerrojo cuando una de ellas accionó el picaporte.

—Te amo, Beth —dijo Wrath rápidamente.

—Yo también te amo.

—Es… todo se arreglará.

Con otro clic, la puerta volvió a cerrarse.

Wrath se sentó en el suelo en el mismo lugar en que se encontraba, porque no confiaba en sí mismo para circunnavegar por la biblioteca para conseguir una posición mejor. Mientras estaba sentado, el crujido del fuego le dio algún marco de referencia… y entonces se dio cuenta de que podía visualizar la habitación en su mente.

Si extendía la mano a la derecha… sí. Su mano rozó una de las suaves patas de la mesa que había junto al sofá. Subió con la mano hasta el fondo rectangular y palmeó la superficie de la cosa hasta encontrar… sí, los posavasos que Fritz apilaba pulcramente allí. Y un pequeño libro de cuero… y la base de la lámpara.

Esto era reconfortante. En cierta forma extraña, había sentido como si el mundo hubiera desaparecido sólo porque él no podía verlo. Pero en realidad todo seguía estando ahí.

Cerrando los ojos, envió una petición.

Pasó un largo rato antes que fuera respondida, un largo, largo rato antes de que su espíritu le abandonara encontrándose a sí mismo de pie en un suelo duro, junto a una fuente que cantaba suavemente. Se había preguntado si sería ciego aquí en el Otro Lado también, y lo era. Aún así, al igual que le había ocurrido con la disposición de la biblioteca, conocía el lugar, aunque no pudiera verlo. Allí a la derecha había un árbol lleno de pájaros piando, y delante de él, al otro lado de la fuente que esparcía agua, estaría la galería de columnas que formaba parte de los aposentos privados de la Virgen Escriba.

—Wrath, hijo de Wrath. —No oyó a la madre de la raza aproximarse, pero bueno, ella se deslizaba levitando de modo que su túnica negra nunca tocaba el suelo que había bajo ella, fuera cual fuera éste—. ¿Con qué propósito has venido a mí?

Ella sabía condenadamente bien por qué estaba allí, y Wrath ya no iba a seguirle el juego.

—Quiero saber si tú me has hecho esto.

Los pájaros se quedaron en silencio, como si estuvieran horrorizados por su temeridad.

—¿Si te he hecho qué? —Su voz sonaba igual que cuando había aparecido en la Tumba con Vishous: distante y desinteresada. Lo cual cabreaba bastante a un tipo cuando estaba teniendo problemas para bajar sus propias escaleras.

—Mi puñetera vista. ¿Me la has quitado porque salí a luchar? —Se arrancó las gafas envolventes de la cara y las tiró por el suelo resbaladizo—. ¿Tú me has hecho esto?

En el pasado ella le habría azotado hasta hacerle sangrar por esa clase de insubordinación, y mientras él aguardaba a ver qué se le venía encima, casi esperaba que le fundiera el trasero con un relámpago.

Sin embargo no hubo ningún impacto.

—Lo que estaba destinado a ser, iba a ser. El que lucharas no tuvo nada que ver con tu pérdida de visión, ni yo tampoco. Ahora vuelve a tu mundo y déjame a mí en el mío.

Supo que se había dado la vuelta, porque su voz sonó apagada mientras se encaminaba en dirección opuesta.

Wrath frunció el ceño. Había venido esperando una pelea, y quería una. ¿Y qué tenía en lugar de eso? Nada contra lo que argumentar, ni siquiera una reprimenda por su deliberada falta de respeto.

El cambio radical en el paradigma era tan crudo, que por un momento olvidó todo el asunto de su ceguera.

—¿Qué pasa contigo?

No obtuvo ninguna respuesta, sólo una puerta cerrándose suavemente. En. Todos. Sus. Morros.

En ausencia de la Virgen Escriba, los pájaros se quedaron en silencio, el único telón de fondo era el delicado sonido del agua al caer. Hasta que otra persona se aproximó.

Por instinto, se giró hacia los pasos y asumió su postura de lucha, sorprendido al descubrir que no estaba tan indefenso como había pensado. En ausencia de la vista, su audición llenaba la imagen que ya no creaban sus ojos: sabía dónde estaba la persona por el roce de su túnica y un extraño clic, clic, clic y… mierda, hasta podía oír su corazón.

Fuerte. Firme.

¿Qué estaba haciendo un macho allí?

—Wrath, hijo de Wrath. —No era la voz de un macho. Era una hembra. Y aun así le daba una impresión de masculinidad. ¿O tal vez era sólo poder?

—¿Quién eres? —exigió.

—Payne.

—¿Quién?

—No importa. Dime algo, ¿tienes planeado hacer algo con esos puños? ¿O sólo vas a quedarte ahí parado?

Él dejó caer los brazos inmediatamente, ya que era absolutamente inapropiado levantarle la mano a una hembra…

El gancho se estrelló en su mandíbula con tanta fuerza, que le sacudió la cabeza y los hombros. Atónito, más sorprendido que dolorido, luchó por recuperar el equilibrio. En el instante en que lo hizo, oyó una especie de zumbido y recibió otro golpe, y el siguiente conectó bajo su mandíbula y le echó la cabeza hacia atrás.

Sin embargo, esos eran los únicos golpes libres que iba a conseguir. Sus instintos defensivos y sus años de entrenamiento respondieron a pesar de que no podía ver nada, su audición hizo la parte que sus ojos eran incapaces de hacer, indicándole dónde estaban cosas como brazos y piernas. Agarró una muñeca sorprendentemente delgada y tiró de la hembra…

El talón de ella conectó duramente con su espinilla, el dolor arponeó su pierna, cabreándole, al tiempo que algo parecido a una cuerda oscilaba frente a su rostro. Lo agarró con la esperanza de que fuera una trenza pegada a…

Tirando con fuerza, sintió que el cuerpo de ella se contorsionaba hacia atrás. Sí, pegada a su cabeza. Perfecto.

Hacerle perder el equilibrio fue fácil, pero joder, era una hija de puta fuerte. Con sólo una pierna para apoyar su peso, se las arregló para saltar y girar en el aire, dándole en el hombro con la rodilla.

La oyó aterrizar y comenzar a revolverse, pero la mantuvo agarrada por el pelo, refrenándola. Sin embargo, era como el agua, siempre fluida, siempre en movimiento, golpeándole continuamente hasta que se vio obligado a tumbarla rudamente sobre la tierra y sujetarla.

Fue un caso de fuerza bruta venciendo a la gracia.

Jadeando, miró en dirección a un rostro que no podía ver.

—¿Cuál es tu puto problema?

­—Estoy aburrida. —Habiendo dicho eso, le dio un cabezazo justo en la maldita nariz.

El dolor le hizo sentir como si estuviera en un tiovivo, aflojando brevemente su sujeción. Y eso fue todo lo que ella necesitó para liberarse de nuevo. Ahora era él, el que estaba abajo y ella tenía el antebrazo alrededor de su garganta y tiraba de ésta hacia atrás con tanta fuerza, que debía estar sujetándose la muñeca para poder hacer más palanca.

Wrath luchó por llevar aire a sus pulmones. Santa mierda, si seguía así, iba a matarle. Realmente iba a hacerlo.

Desde lo más hondo de su ser, desde el fondo de su misma médula y desde lo profundo de la doble hélice de su ADN, le llegó la respuesta. No iba a morir aquí y ahora. De ninguna jodida manera. Él era un superviviente. Era un luchador. Y fuera quien fuera esta perra, no iba a emitir su pasaje al Fade.

Wrath dejó escapar un grito de guerra a pesar de la barra de hierro que tenía alrededor del cuello, y se movió tan deprisa que ni se enteró de lo que hizo. Todo lo que sabía era que una fracción de segundo después, la hembra estaba bocabajo sobre el mármol con ambos brazos retorcidos tras la espalda.

Sin razón aparente, recordó cuando le había roto los brazos a ese lesser, unas cuantas noches atrás, en el callejón antes de matar al muy cabrón.

A ella iba a hacerle exactamente lo mismo…

La risa que ondeó hasta él desde abajo lo detuvo. La hembra… se estaba riendo. Y no como alguien que hubiera perdido la cabeza. Sinceramente, estaba pasando un buen rato, a pesar de que debía saber que estaba a punto de desmayarse por el tipo de dolor que iba a infligirle.

Wrath aflojó ligeramente la presión.

—Eres una puta demente, ¿lo sabías?

El cuerpo firme de ella tembló bajo el de él mientras seguía riendo.

—Lo sé.

—Si te suelto, ¿vamos a volver a terminar aquí otra vez?

—Tal vez sí. Tal vez no.

Extraño, pero en cierto modo le gustaban esas probabilidades, y después de un momento, la soltó como lo hubiera hecho con un semental de mal genio: rápidamente y con una veloz retirada de su parte. Mientras se plantaba sobre sus pies, estaba listo para volver a atacarle, y en cierta forma esperaba que lo hiciera.

La hembra se quedó donde estaba, tendida sobre el suelo de mármol, y volvió a oír el tintineo.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Tengo el hábito de golpear la uña de mi dedo anular contra la parte interna de la uña de mi pulgar.

—Oh. Genial.

—Oye, ¿vas a volver de nuevo pronto?

—No lo sé. ¿Por qué?

—Porque esto ha sido lo más divertido que me ha pasado desde… hace mucho tiempo.

—Vuelvo a preguntar, ¿quién eres? ¿Y por qué no te he visto aquí antes?

—Sólo digamos que Ella nunca ha sabido qué hacer conmigo.

Estaba claro, dado el tono de la hembra, quién era Ella.

—Bueno, Payne, puede que vuelva a por más de esto.

—Bien. Hazlo pronto. —La oyó ponerse en pie—. Por cierto, tus gafas están justo junto a tu pie izquierdo.

Hubo un susurro y el suave cerrarse de una puerta.

Wrath recogió las gafas y después se sentó sobre el mármol para darle un respiro a sus piernas. Era gracioso, pero disfrutó del dolor de su pierna, el pinchazo de su hombro y el palpitar punzante de todas y cada una de sus magulladuras. Todo eso le era familiar, parte de su pasado y su presente, y lo que iba a necesitar en el aterrador y desconocido futuro oscuro.

Su cuerpo todavía era suyo. Todavía funcionaba. Todavía podía luchar, y tal vez con práctica podría volver a donde había estado.

No había muerto.

Todavía estaba vivo. Cierto, no podía ver, pero todavía podía tocar a su shellan y hacerle el amor. Y todavía podía pensar, caminar, hablar y oír. Sus brazos y piernas funcionaban perfectamente, como también lo hacían sus pulmones y su corazón.

La adaptación no iba a ser fácil. Una lucha realmente impresionante no iba a hacer desaparecer lo que serían meses y meses de torpe aprendizaje, frustración, furia y pasos en falso.

Pero tenía perspectiva. Una diferente de la nariz sangrante que había conseguido al caer por las escaleras, la que tenía ahora no le parecía un símbolo de todo lo que había perdido. Era más bien una representación de todo lo que todavía tenía.

Cuando Wrath volvió a su forma en la biblioteca de la mansión de la Hermandad, estaba sonriendo y cuando se puso en pie y una de sus piernas aulló de dolor soltó una risa ahogada.

Concentrándose, dio dos pasos cojeando a la izquierda y… encontró el sofá. Dio diez hacia adelante y… encontró la puerta. La abrió, dio quince pasos directamente hacia delante, y… encontró la balaustrada de la escalera principal.

Podía oír la comida que se estaba llevando a cabo en el comedor, el suave tintineo de plata contra porcelana llenando el vacío que normalmente ocupaba la charla. Y pudo oler el… Oh, sí, cordero. A eso se refería.

Mientras daba treinta y cinco mesurados pasos de cangrejo a la izquierda, comenzó a reír, especialmente cuando se limpió el rostro y la sangre goteó de su mano.

Supo el momento exacto en que todo el mundo le vio. Tenedores y cuchillos cayeron sobre los platos y rebotaron, las sillas se arrastraron hacia atrás y el aire se llenó de maldiciones.

Wrath simplemente rió y rió y rió un poco más.

—¿Dónde está mi Beth?

—Oh, Jesús bendito —dijo ella mientras se acercaba—. Wrath… ¿qué ha pasado?

—Fritz —llamó mientras amoldaba a su Reina contra él—. ¿Podrías traerme un plato? Estoy hambriento. Y también una toalla para que pueda limpiarme. —Apretó a Beth—. Llévame a mi asiento, ¿quieres, leelan?

Se hizo un gran silencio que positivamente sonaba a ¿qué-coño-es-esto?

Hollywood fue el que preguntó:

—¿Quién demonios ha utilizado tu cara como una pelota de fútbol?

Wrath simplemente se encogió de hombros y acarició la espalda de su shellan.

—He hecho una nueva amistad.

—Pues menudo amigo.

—Ella lo es.

—¿Ella?

El estómago de Wrath dejó escapar un gruñido.

—Bueno, ¿puedo unirme a la comida o qué?

La referencia al sustento hizo que todo el mundo volviera a concentrarse, se produjo todo tipo de charla y algarabía, y luego Beth le guió a través de la habitación. Cuando se sentó, le pusieron un paño húmedo en la mano, y el divino aroma a romero y cordero apareció justo delante de él.

—Por el amor de Dios, ¿vais a sentaros? ­—les dijo mientras se limpiaba el rostro y el cuello. En tanto se producían todo tipo de ruidos de sillas, encontró su cuchillo y su tenedor y comenzó a pinchar alrededor de su plato, identificando el cordero y las patatas y… los guisantes. Síp, los redonditos eran guisantes.

El cordero estaba de muerte. Justo como a él le gustaba.

—¿Estás seguro de que era una amiga? —volvió a preguntar Rhage.

—Sí —contestó, apretando la mano de Beth—. Estoy seguro.

Dagger

Lash giró por el camino de tierra que ya había recorrido antes, metió la mano bajo el asiento y sacó una SIG calibre cuarenta que había comprado la noche anterior cuando iba de camino a la ciudad.

No había razón para cambiarse de ropa. Un buen asesino no necesitaba sudar para hacer su trabajo.

La granja blanca todavía se aposentaba encantadoramente en el paisaje, que ahora estaba cubierto de nieve, era la candidata perfecta para el escenario de una tarjeta navideña humana. En la noche que se prolongaba, se veía salir un pálido hilo de humo desde una de sus chimeneas, las bocanadas atrapaban y amplificaban la suave luz de la luna, creando sombras que se movían apresuradamente por el techo. Al otro lado de las ventanas, la dorada iluminación de las velas cambiaba como si hubiera una sutil brisa moviéndose a través de todas las habitaciones. O tal vez fueran sólo esas malditas arañas.

Joder, a pesar de la apariencia acogedora, ese lugar realmente daba miedo, ¿verdad?

Cuando aparcó el Mercedes junto al letrero de la orden monástica y salió, la nieve cayó suavemente sobre sus nuevos Dunhill. Mientras se sacudía esa mierda con una maldición, se preguntó por qué demonios los puñeteros symphath no podían haber sido confinados en Miami.

Pero no…, los Comedores de Pecados habían aparcado el culo a un tiro de piedra de Canadá.

En definitiva, a nadie les gustaban, así que se había aplicado la lógica.

Se abrió la puerta de la granja y salió el rey, con la túnica blanca flotando a su alrededor y los brillantes ojos rojos resplandeciendo extrañamente.

­—Llegas tarde. Por cuestión de días.

—En cualquier caso, tus velas se han mantenido bastante bien.

—¿Y acaso mi tiempo no es tan valioso como la cera consumida?

—No he dicho eso.

—Pero tus acciones hablan, alto y claro.

Lash subió las escaleras con el arma en la mano y al ver al rey observar los movimientos de su cuerpo sintió la necesidad de comprobar si llevaba la bragueta bien subida. Y, sin embargo, cuando estuvo cara a cara con el tipo, sintió que la corriente chispeaba entre ellos una vez más, lamiéndole en el aire frío.

Joder. No le iban esa clase de cosas. De veras que no.

—Entonces, ¿nos ocupamos del negocio? —murmuró Lash, mirando fijamente esos ojos rojo sangre intentando no sentirse cautivado.

El rey sonrió y subió los dedos de tres nudillos hacia los diamantes que tenía alrededor de la garganta.

­—Sí, creo que deberíamos hacer eso. Ven por aquí y te conduciré a tu objetivo. Está en la cama…

—Pensé que sólo vestías de rojo, Princesa. ¿Y qué coño estás haciendo tú aquí, Lash?

Cuando el rey se tensó, Lash se dio la vuelta, apuntando su arma. A través del césped se acercaba… un macho enorme con relucientes ojos color amatista y el inconfundible mohawk que lo caracterizaba: Rehvenge, hijo de Rempoon.

Al bastardo no le sorprendía lo más mínimo encontrarse en terreno symphath. Al contrario, parecía sentirse en casa. Y también aparentaba estar cabreado.

¿Princesa?

Una rápida mirada sobre el hombro le reveló… nada que Lash no hubiera visto antes. Un tipo delgado, con túnica blanca, el cabello recogido como… el de una chica, en realidad.

En estas circunstancias, le agradaba haber sido engañado. Mucho mejor querer follarse a una hembra mentirosa que tener que afrontar el hecho de que era un… Sí, no había razón para ir por ahí, ni siquiera en su propia mente.

Volviendo a girar la cabeza rápidamente, Lash supo que esta interrupción algo extraña llegaba en el momento perfecto. Sacar a Rehv del juego de la droga de Caldwell dejaría libre todo tipo de oportunidades comerciales.

Justo cuando su dedo apretaba el gatillo, el rey se lanzó adelante y agarró el cañón.

—¡A él no! ¡A él no!

Dagger

Mientras el disparo tañía la noche y la bala se desviaba hacia fuera, incrustándose en el tronco de un árbol, Rehvenge observaba a Lash y a la Princesa luchar por el control del arma. En cierta forma, no le importaba una mierda cuál de los dos salía vencedor, ni si él o cualquier otro recibía un tiro en el proceso, ni el motivo por el cual un crío al que habían matado todavía estaba bien vivo. Su vida terminaría donde había sido concebida, aquí en la colonia symphath. Ya fuera que muriera esta noche o mañana o dentro de cien años, ya fuera que le matara la princesa o Lash, el resultado estaba decidido, por lo que los detalles no tenían importancia.

Aunque tal vez esa jodida actitud de dejarse llevar era cuestión de humor. Después de todo, era un macho vinculado sin su compañera, así que en términos de viaje, había empaquetado su equipaje, dejado su habitación de hotel mortal, y estaba en el ascensor de camino a la antesala del infierno.

Al menos, así era como pensaba su lado vampiro. La otra mitad de su linaje estaba bailando el mambo: el drama fatal siempre era un incentivo para su lado malo, y no le sorprendió cuando el symphath en él venció la última dosis de dopamina que se había inyectado en las venas. En un instante, su visión perdió el espectro completo de colores y se aplanó, la túnica de la princesa se volvió roja y los diamantes de su garganta se convirtieron en sangrientos rubíes. Evidentemente, vestía de blanco, pero como nunca la había visto sin ojos de come-pecados, había asumido que se vestía del color de la vena.

¿Pero qué coño le importaba a él su vestuario?

Habiendo aflorado su lado malo, Rehv no pudo evitar involucrarse. Cuando las sensaciones inundaron su cuerpo, sacando a sus brazos y piernas del a esclavitud del entumecimiento, se subió al porche de un salto. El odio le caldeaba desde el interior, y aunque no estaba interesado en aliarse con Lash, quería que jodieran a la princesa, y no de buenas maneras.

Colocándose tras ella, la agarró por la cintura y la levantó del suelo. Lo cual le dio a Lash la ocasión de liberar el arma de un tirón y girar para alejarse.

Después de la transición, esa pequeña mierda se había convertido en un macho grande. Pero eso no era todo lo que había cambiado en él. Apestaba a maldad dulce, del tipo que animaba a los lessers. Evidentemente, el Omega le había hecho regresar de la muerte pero, ¿por qué? ¿Cómo?

No es que fueran preguntas a las que Rehv le importara encontrar respuesta. No obstante, estaba tan entusiasmado apretándole la caja torácica a la princesa, y lo hacía con tanta fuerza que ella se veía obligada a luchar por respirar. Le estaba hundiendo las uñas en los antebrazos a través de la camisa de seda, y estaba endemoniadamente seguro de que le habría hundido los dientes, pero no iba a darle la oportunidad. La tenía agarrada de la parte de atrás del moño con gran fuerza, manteniéndole la cabeza bajo control.

—Eres un estupendo escudo corporal, perra —le dijo al oído.

Mientras ella intentaba hablar, Lash enderezó su ropa, que debía reconocer que había sido vapuleada a la vez que apuntaba con la SIG que tenía en la mano a la cabeza de Rehv.

—Encantado de verte, Reverendo. Estaba a punto de ir a por ti, y acabas de ahorrarme el viaje. Sin embargo, debo admitir, que ver cómo te escondes detrás de esa hembra, macho o lo que sea no hace justicia a tu reputación de pateaculos.

—Esto no es un tío, y si no me asqueara como la mierda le rasgaría la parte delantera de la túnica para probarlo. Y oye, me has sorprendido, ¿sabes? Lo último que supe fue que estabas muerto.

—Al final no fue por mucho tiempo. —El tipo sonrió, mostrando unos largos colmillos blancos—. Realmente es una hembra, ¿eh?

La princesa luchó, y Rehv casi le separa el cráneo de la espina dorsal para someterla. Cuando ella jadeó y gimió, le dijo:

—Lo es. ¿No sabías que los symphath son prácticamente hermafroditas?

—No sabes cuánto me alivia saber que mintió.

—Sois tal para cual.

—Lo mismo pienso yo. Ahora, ¿qué tal si sueltas a mi novia?

—¿Tu novia? Vas un poco rápido, ¿no? Y pasaré del programa de captura-y-libera. Me gusta la idea de que nos dispares a ambos.

Lash frunció el ceño.

—Creía que eras un luchador. Supongo que eres un marica. Debería haber ido directamente a tu club y haberte disparado allí.

—En realidad, estoy muerto desde hace unos diez minutos. Así que me importa una mierda. Aunque siento curiosidad por saber qué motivos tienes para matarme.

—Conexiones. Y no del tipo social.

Rehv arqueó las cejas. ¿Era Lash el que estaba matando a los distribuidores? ¿Qué coño? Aunque… hacía cosa de un año el cabrón había intentado vender drogas en el ZeroSum y por ello había conseguido que le echaran del establecimiento. Evidentemente ahora que estaba con el Omega, estaba tratando de resucitar sus viejos y lucrativos hábitos.

Con la fría lógica de la retrospectiva, las cosas comenzaron a encajar en su lugar. Los padres de Lash habían sido los primeros asesinados durante las incursiones de los lessers del verano pasado. Cuando una familia tras otra comenzó a aparecer muerta en sus casas supuestamente secretas y protegidas, la pregunta que surgió en la mente del Consejo, de la Hermandad y de cada civil, era cómo había averiguado la Sociedad todas esas direcciones.

Simple: Lash había sido convertido por el Omega y dirigía la carga.

Rehv afirmó un poco más el apretón sobre la caja torácica de la princesa mientras los últimos vestigios de su entumecimiento desaparecían.

—Así que estás intentando meterte en mi negocio, ¿eh? Fuiste tú quien se cargó a todos esos minoristas.

—Sólo me estaba abriendo camino a través de la cadena alimenticia, como quien dice. Y contigo fuera de circulación, llego a la cima, al menos en Caldie. Así que suéltala, para que pueda dispararte en la cabeza, y así todos podremos continuar con nuestros asuntos…

Una oleada de miedo recorrió el porche, encrespándose para caer sobre Rehv, la princesa y Lash.

Rehv desvió los ojos y se quedó inmóvil. Bueno, bueno, bueno, ¿quién lo hubiera dicho? Esto iba a terminar mucho más rápido de lo que había pensado.

Acercándose a través del césped cubierto de nieve, con ropajes de un color rojo rubí, venían siete symphath en formación de flecha. En el centro del grupo, caminando con un bastón y llevando un tocado de rubíes y arpones negros, había un macho encorvado.

El tío de Rehv. El rey.

Parecía mucho más viejo, pero a pesar de la vejez y debilidad de su cuerpo, su alma era tan fuerte y negra como siempre, causándole escalofríos a Rehv y haciendo que la princesa dejara de luchar contra su sujeción. Incluso Lash tuvo el buen juicio de retroceder un paso.

La guardia privada se detuvo en la base de la escalera del porche, con sus túnicas hinchándose con la fría brisa que ahora Rehv podía sentir contra su propio rostro.

El rey habló con voz débil, arrastrando las aflautadas eses.

—Bienvenido a casa, mi queridísimo sobrino. Y saludos, visitante.

Rehv miró fijamente a su tío. No había visto al macho en… Dios, mucho tiempo. Mucho, mucho tiempo. Desde el funeral de su padre. Evidentemente, los años no habían sido amables, sino más bien bastante duros con el rey, y esto hizo sonreír a Rehv ya que imaginó a la princesa acostada con ese cuerpo fofo y retorcido.

—Buenas noches, tío —dijo Rehv—. Y, por cierto, este es Lash. Por si no lo sabías.

—No, no hemos sido apropiadamente presentados, aunque tengo conocimiento de sus propósitos en mis tierras. —El rey fijó sus acuosos ojos rojos en la princesa—. Mi querida muchacha, ¿creías que no era consciente de tus visitas regulares a Rehvenge? ¿Y crees que ignoraba tu más reciente plan? Me temo que estaba bastante encariñado contigo y por eso permitía las citas con tu hermano…

—Medio hermano —cortó Rehv firmemente.

­—… sin embargo, esta traición con el lesser no la puedo permitir. En realidad, no deja de impresionarme tu inventiva, dado que he invalidado mi legado del trono a tu favor. Pero no me dejaré dominar por mi pasada adoración. Me has subestimado, y por esta falta de respeto, te daré un castigo que sea congruente con lo que deseas y anhelas.

El rey hizo un gesto afirmativo con la cabeza, y por puro instinto, Rehv se dio la vuelta. Demasiado tarde. Detrás de él había un symphath con una espada alzada, y el brazo del tipo estaba descendiendo ya… y aunque la hoja no estaba apuntándolo, eso sólo podía considerarse como una leve mejoría ya que la empuñadura de la maldita cosa le atinó a Rehv en lo alto del cráneo.

Para él, el impacto fue la segunda explosión de la noche, pero al contrario que con la primera, esta vez cuando toda la luz y el ruido se desvanecieron no estaba de pie.

Dagger

A las diez de la mañana, Marissa todavía no se había ido de Lugar Seguro desde que volvió allí para no quedarse completamente sola después de que Saxton se fuera asegurándole que se encargaría de todo el papeleo y se lo haría llegar en cuanto estuviera todo listo.

Estaba paseándose por su despacho, de un lado a otro, pensando aún en que su destino le había vuelto a dar otra patada en el culo. Pensó que, quizá, con dos machos que le habían dado la espalda habría aprendido algo, pero se había equivocado. Al parecer, en su vida no había cabida para ser emparejada, tener a un hellren que se preocupara por ella y que tuviera un trabajo decente.

No. Y su mente volvía a rodar en el maldito círculo vicioso de lo que había tenido que sufrir durante todos aquellos siglos en los que estuvo comprometida a Wrath. Después siendo echada a un lado por una mestiza —sí, adoraba a Beth y la consideraba una de sus mejores amigas— y después había conocido a aquel humano que parecía que la veía a ella y no a lo que era su estatus social. Pero, después de todo, cuando el Hermano Vishous había descubierto que aquel humano, al cual pensó que podría moldear y manejar, en realidad tenía sangre vampira y lo habían forzado a pasar el cambio no sin antes haber sido secuestrado por la Sociedad Lessening y haber sido marcado, el macho había decidido que iba a meterse de lleno en la guerra. Y Marissa se había visto de nuevo en la desesperante situación que había vivido con Wrath. Lucha. Guerra. Sangre. Heridas. Lessers.

Por último, la única persona que había parecido permanecer a su lado, que había pensado que la entendía… Todo había sido una mentira. Las falsas apariencias de honestidad y seriedad le habían despistado porque él mismo era incapaz de actuar con el tipo de cálculo ruin y la crueldad con que lo hacían los demás. A ella le ocurría lo mismo. ¿Podría volver a confiar en su habilidad para descifrar a la gente?

La paranoia se agitaba en su mente y en sus entrañas. ¿Dónde estaba la verdad en las mentiras de Rehv? ¿Había alguna? Mientras imágenes de él fluctuaban ante sus ojos, sondeó sus recuerdos, preguntándose dónde estaba la división entre la realidad y la ficción. Necesitaba saber más… El problema era, que el único que podía llenar los huecos era un tipo al que nunca, jamás, iba a volver a acercarse.

Contemplando un futuro lleno de implacables preguntas, sin respuesta, se llevó las temblorosas manos a la cara y se apartó el cabello. Sujetándolo con fuerza, tiró de él como si de esa forma pudiera sacudirse todos los vertiginosos y locos pensamientos de la cabeza.

Marissa dejó de deambular, esperando… demonios no sabía el qué, que le estallara la cabeza o algo así.

No estalló. Y tampoco hubo suerte con el intento de exterminación cognitiva a fuerza de tirones de pelo. Todo lo que estaba consiguiendo era un dolor de cabeza y un peinado a lo Uma Thurman.

Al alejarse de la ventana, vio el portátil.

Con una maldición atravesó el espacio semi vacío del despacho y se sentó frente al Dell. Aflojando el agarre mortal que estaba ejerciendo sobre su cabello, puso la yema del dedo sobre el ratón y desactivó el salvapantallas.

Internet Explorer. Favoritos: http://www.CaldwellCourierJournal.com.

Lo que necesitaba era una buena dosis de realidad concreta. Rehvenge era el pasado, y el futuro no tenía nada que ver con un astuto abogado al que se le había ocurrido una idea brillante.

Y no había nada falso o engañoso en eso. Miraría las noticias y después se pondría a trabajar en los archivos de las hembras que acogía en este sacrosanto lugar.

Mientras se cargaba la página del CCJ, se dijo a sí misma que ella no era débil, y que Rehv era un macho con el que había estado saliendo durante ¿qué… cuestión de días? Quizá algo más. Sí, le había mentido. Pero era un tahúr súper-sexy que vestía ropa llamativa, y en retrospectiva, ya desde un principio no debería haber depositado en él su fe. Especialmente dado lo que ya sabía sobre los machos.

Era culpa de él y error de ella. Y aunque la comprensión que había sido seducida hasta la estupidez no le hizo recoger los pompones de animadora y comenzar a vitorear, la idea de que había una lógica interna que justificaba su actitud, aunque apestara, la ayudó a sentirse un poco menos insensata…

Marissa frunció el ceño y se inclinó para acercarse más a la pantalla. En el pop-up de la web había una foto de la explosión de un edificio. El titular decía: Explosión derriba un club local. Y debajo, en letra más pequeña: ZeroSum: ¿última víctima de la guerra de drogas?

Leyó el artículo sin respirar: las autoridades investigan. No se tiene conocimiento de si había alguien en el club en el momento de la explosión. Se sospecha que hubo múltiples explosiones.

Un apartado detallaba la cantidad de personas sospechosas de tráfico de drogas que habían sido encontradas muertas por todo Caldwell en el correr de la semana pasada. Cuatro. Todos asesinados de forma profesional. El DPC estaba investigando cada uno de los asesinatos, y entre los sospechosos estaba el propietario del ZeroSum, un tal Richard Reynolds, alias El Reverendo… que al parecer ahora estaba desaparecido. Había una anotación que indicaba que Reynolds había estado en la lista de vigilados del Departamento de Narcóticos del DPC durante años, sin embargo, nunca había sido acusado formalmente de ningún crimen.

La implicación era obvia: Rehv había sido el verdadero blanco de la explosión porque había matado a los otros.

Se desplazó arriba con el ratón, a las fotos del diezmado club. Nadie podría sobrevivir a eso. Nadie. La policía iba a informar que él estaba muerto. Les podría llevar una semana o dos, pero encontrarían un cuerpo y declararían que era el suyo.

Ni una lágrima cayó de sus ojos. Ni un sollozo salió de sus labios. Estaba demasiado ida para eso. Simplemente se quedó allí sentada, en silencio, se rodeó el cuerpo con los brazos una vez más y mantuvo los ojos clavados en la pantalla brillante.

Lo que le vino a la mente fue extraño, pero ineludible: sólo había una cosa peor que entrar en aquel club y enterarse de la verdad sobre Rehvenge, y eso era haber leído aquel artículo.

No le había deseado nada malo a aquel macho. Dios… no. Después de todos aquellos engaños, no quería que muriera de forma violenta. Pero había estado enamorada de él antes de darse cuenta de las mentiras.

Había estado… enamorada de él.

Su corazón de veras que le había pertenecido, como jamás le había pasado. Ni siquiera con Butch.

Ahora sí que sus ojos se anegaron y se derramaron, la pantalla se tornó ondulante y borrosa, llevándose las imágenes del club hecho pedazos. Se había enamorado de Rehvenge. Había sido rápido e impetuoso, no había perdurado, pero igualmente los sentimientos habían aflorado.

Con dolor punzante, recordó su cálido y agitado cuerpo sobre ella, su aroma vinculante en la nariz, sus hombros enormes abultándose y tensándose mientras hacían el amor. En esos momentos había sido hermoso, un amante muy generoso. Había disfrutado sinceramente al darle placer…

Pero, ¿acaso no era eso lo que había querido que creyera? Y, como symphath, ¿no era hábil a la hora de manipular? Por lo que ella sabía de ellos, así era. Dulce Virgen en el Fade, no podía evitar preguntarse qué era exactamente lo que había conseguido al estar con ella. El dinero que ganaba era más que nada destinado a Lugar Seguro, su posición en la glymera no era el mejor después de aquel episodio en el que se había enfrentado al leahdyre además de lo ocurrido antes entre ella y aquel círculo de locos, no había nada que le beneficiara a él, y nunca le había pedido nada, nunca la había usado de ninguna forma… Él había sido diferente de Wrath o de Butch…

Marissa se impidió a sí misma ver cualquier tipo de cariz romántico en lo que había ocurrido. La verdad era que él no había merecido su amor, y no porque fuera un symphath. Aunque pareciera extraño, podría haber vivido con eso… aunque quizás eso sólo demostraba lo poco que sabía acerca de los Comedores de Pecado. No, era la mentira y el hecho de que fuera un traficante de drogas y, probablemente, una persona que usaba la violencia, lo que lo había matado para ella. Lo que más le repugnó.

Un traficante de drogas. Por un instante, pudo ver los casos de sobredosis que había visto entrar en la consulta de su hermano cuando todavía vivía en aquella casa, esas jóvenes vidas en peligro sin ninguna buena razón. Algunos de esos pacientes habían sido revividos, pero no todos e incluso una muerte causada por lo que Rehvenge vendía era demasiado.

Marissa se secó las mejillas y luego frotó las manos contra sus pantalones. No más lágrimas. No podía darse el lujo de ser débil. Tenía que ocuparse de Lugar Seguro. Las hembras y niños que aquí había no se merecían verla deprimida, no cuando sus vidas eran de por sí un infierno.

Se pasó la siguiente media hora clasificando y archivando los casos que había recibido aquella semana. Algunos sólo necesitaban seguimiento por si había que intervenir, otros irían llegando en los próximos días.

A veces, el hecho de que te forzaran a ser fuerte era suficiente para que realmente te convirtieras en lo que debías ser.

Cuando finalmente sus ojos se dieron por vencidos y empezaron a bizquear por el cansancio, apagó el ordenador y se fue a la habitación que usaba cuando era demasiado tarde como para volver al apartamento. Se dejó caer sobre la cama sin siquiera desvestirse, dejando caer sus párpados. Tuvo la sensación de que no iba a poder dormir. Su cuerpo podía estar rindiéndose, pero su cerebro no parecía interesado en jugar a seguirle-la-corriente.

Tumbada en la oscuridad, trató de calmarse imaginando que las cosas se arreglaban, que al fin encontraba a un macho de valía, a alguien que era bueno, amable, generoso, amoroso… alguien que la veía a ella, y que la respetaba y era honesto con ella.

La treta funcionó. Lentamente, su mente se asentó en el pacífico y amoroso lugar y los pensamientos apremiantes se redujeron en velocidad, luego frenaron y se aparcaron en su cráneo.

En el momento en el que el sueño se adueñaba de ella, la más extraña de las convicciones golpeó en el centro de su pecho y la seguridad de ello fluyó a lo largo de todo su cuerpo.

Rehvenge estaba vivo.

Rehvenge vivía.

Luchando contra la demoledora marea de aquella realización venida de ninguna parte, Marissa forcejeó intentando pensar racionalmente, queriendo fijar el motivo y el por-qué-demonios de esta certeza, pero el sueño se filtró en ella, llevándosela lejos de todo.

Dagger

Vishous exhaló el humo de su turco mientras sus ojos seguían en una de las pantallas de sus Cuatro Juguetes. Síp, aquella noche la mierda había explotado. Enterarse de que Wrath ya había tenido un episodio de ceguera para ahora perderla por completo había sido un shock, aunque en realidad no fuera nada nuevo.

Cristo, durante los siglos, la vista del Rey había ido disminuyendo progresivamente y, una vez más, su don había probado ser certero. Justo en el blanco. No había entendido, al principio, qué significaba la visión, había dado por supuesto cuando se enteró de que el muy mamón salía solo a patear culos asesinos que le iba a pasar algo y que los Hermanos no serían capaces de alcanzarle, pero ahora era claro lo que había significado. La luz de los ojos del Hermano había sido apagada y sabía que no iba a volver.

La cosa era que desde aquel maldito verano todo había ido de mal en peor. Las malditas incursiones de los lessers, que aún se preguntaban cómo coño habían averiguado todas las direcciones secretas de la aristocracia, el complot para matar a Wrath, la maldita declaración jurada de Rempoon de lo que era Rehvenge en realidad, la amenaza de esparcir la noticia por la glymera… Y ahora Wrath volviéndose ciego.

Sacudió la cabeza y aplastó la colilla en el cenicero que ya rebosaba. La verdad es que las cosas entre él y Butch no habían avanzado una mierda. En cuanto habían terminado de alimentarse la noche de la reunión los dos se habían separado sin llegar demasiado lejos. El miedo los cogió por las pelotas y se vieron obligados a seguir sus propios caminos cuando la cosa se puso seria.

Joder. ¿Era tan difícil hacer algo al respecto? Ambos se sentían atraídos el uno por el otro, coño. Ni que fueran a ser menos machos por ser el que recibiera… las atenciones del otro.

Se pasó la mano enguantada por la cara, apartando el pelo de su cara con frustración. Sí, él estaba jodido con toda la mierda que había pasado en el campamento de su padre. La imagen de los machos siendo sometidos por otros cuando perdían en la arena estaba demasiado arraigada en él. De una forma u otra, le era imposible avanzar. No le permitía entregarse a la persona que amaba, y tampoco se dejaba llevar para tomarle a él.

Y sabía que ambos se mataban a pajas en la jodida ducha cada vez que se despertaban. Era frustrante.

—V, ¿estás bien? —preguntó el poli, que estaba entrando en la salita desde el túnel.

—¿Eh? —Se giró hacia el otro y sus ojos se quedaron fijos en las gotitas de agua que bajaban por la garganta del Hermano y se perdían en la camiseta negra que llevaba puesta.

—Si estás bien —repitió el castaño.

—Sí. Sí. —Se rebulló sobre el asiento y se acomodó el paquete con una mano. Mierda. Era entrar el otro en cualquier habitación en la que estuviera y la cabrona de su polla se ponía de firmes. Maldita sea.

—Parece que Wrath ha empezado a acomodarse a la nueva situación. Qué putada.

—Ya.

En ese momento recibió una llamada a través de la Línea Externa y cuando la atendió y empezó a escuchar, el color del rostro de V se fue casi por completo.

Dagger

Wrath estaba sentado tras su escritorio, recorriendo la superficie del mismo suavemente con sus manos. El teléfono, confirmado. El abrecartas en forma de daga, confirmado. Papeles, confirmado. Más papeles, confirmado. ¿Dónde estaba su…?

Hubo un choque y un desparrame. Correcto, porta plumas y plumas.

Tiradas por todas partes. Confirmado.

Mientras recogía lo que sabía había tirado, oyó las suaves pisadas de Beth atravesando la alfombra para ayudarle.

—Está bien, leelan —le dijo—. Yo puedo.

Pudo sentir que revoloteaba por encima del escritorio y le alegró que no interviniera. Aunque pareciera infantil, necesitaba limpiar su desorden por sí mismo.

Al tacto, encontró hasta la última de las plumas. Al menos, así lo creyó.

—¿Cayó alguna al suelo? —preguntó.

—Una. Al lado de tu pie izquierdo.

­—Gracias. —Se agachó, buscando a tientas en el suelo, y cerró el puño alrededor de un objeto liso, con forma de cigarro que tenía que ser una Mont Blanc—. Esta habría sido más difícil de encontrar.

Mientras se enderezaba, tuvo cuidado de localizar el borde de la mesa asegurándose de que su cabeza estuviera lejos de él antes de incorporarse. Lo cual constituía una mejoría respecto de lo que había estado haciendo más temprano. Bueno, entonces, iba jodido con el asunto de las plumas, pero estaba mejorando con todo el tema de levantarse. No había sacado unas notas perfectas, pero tampoco estaba maldiciendo ni sangrando.

Así que considerando dónde había estado horas antes, cuando iba de camino a la Última Comida, las cosas estaban mejorando.

Wrath terminó el paseo de su mano a través del escritorio, encontrando la lámpara, que estaba a su izquierda, el sello real y la cera que utilizaba para sellar los documentos.

—No llores —dijo en voz baja.

Beth sorbió un poquito.

—¿Cómo lo has sabido?

Él se tocó la nariz.

—Lo olí. —Empujó hacia atrás la silla y se palmeó el regazo—. Ven aquí y siéntate. Deja que tu macho te abrace.

Oyó cómo su shellan se deslizaba bordeando el escritorio y el olor de sus lágrimas se hizo más fuerte porque cuanto más se acercaba más caían. Como hacía siempre, encontró su cintura, la enganchó con el brazo, y tiró de ella hacia él, la delicada silla crujió al acomodar el peso extra. Con una sonrisa, Wrath dejó que sus manos encontraran la ondulada longitud de su cabello y acarició su suavidad.

—Es tan hermoso sentirte.

Beth se estremeció y se recostó contra él, y le alegró que lo hiciera. A diferencia de cuando tenía que usar las manos como ojos o cuando estaba recogiendo algo que había derribado, sostener su cálido cuerpo entre los brazos, le hacía sentir fuerte. Grande. Poderoso.

En ese momento él necesitaba todo eso, y a juzgar por la manera en que se dejó caer contra su pecho, ella también lo necesitaba.

—¿Sabes qué voy a hacer después de que terminemos con el papeleo? —murmuró él.

—¿Qué?

—Voy a llevarte a la cama y mantenerte allí durante un día entero. ­—Cuando su aroma se encendió, rió con satisfacción—. Eso no te molestaría, ¿eh? ¿A pesar de que voy a desnudarte y hacerte permanecer así?

—No me molesta ni un poco.

—Bien.

Permanecieron juntos durante un largo rato, hasta que Beth levantó la cabeza de su hombro.

—¿Quieres trabajar un rato?

Movió la cabeza de modo que, si hubiera tenido sentido de la vista, habría estado mirando al escritorio.

—Síp, es como que… mierda, lo necesito. No sé por qué. Simplemente lo necesito. Empecemos con algo fácil… ¿Dónde está el saco de correo de Fritz?

—Justo aquí, al lado de la vieja silla de Tohr.

Cuando Beth se inclinó, desplazó el culo, conduciéndolo hacia su polla de una manera de lo más satisfactoria, y con un gemido agarró sus caderas e impulsó las suyas hacia arriba.

—¿Hay algo más en el suelo que necesite ser recogido? Quizás debería volcar más plumas. O tirar el teléfono.

La risa gutural de Beth era más sensual que la lencería.

—Si quieres que me incline, sólo tienes que pedirlo.

—Dios, te amo. ­—Cuando se enderezó, él le volvió la cabeza y besó sus labios, demorándose sobre la suavidad de su boca, robando una rápida lamida… poniéndose duro como un tronco—. Revisemos rápidamente el papeleo así podré tenerte donde quiero.

­—¿Y dónde sería eso?

—Encima de mí.

Beth rió otra vez y abrió el maletín de cuero que Fritz utilizaba para recoger las peticiones que llegaban por carta. Hubo un desplazamiento de sobres contra sobres y un profundo suspiro de su shellan.

—Muy bien —dijo ella—. Veamos qué tenemos aquí.

Había cuatro peticiones de emparejamiento que debían ser firmadas y selladas, y normalmente eso le hubiera llevado un minuto y medio. Ahora, sin embargo, todo el asunto de la firma, derramar la cera y apretar requirió de algo de coordinación con Beth… pero con ella sentada en su regazo fue divertido. Luego había un montón de estados de cuenta domésticos. Seguido por facturas. Facturas. Y más facturas. Todas las cuales irían a parar a V para que realizara los pagos por internet, gracias a Dios, ya que Wrath no era partidario de la micro-administración de las cifras.

—Una última cosa —dijo Beth—. Un sobre grande de un bufete jurídico.

Cuando ella se estiró hacia adelante, sin duda para alcanzar el abrecartas de plata de ley con forma de daga, le recorrió los muslos con las manos, subiéndolas luego por la cara interna.

—Me encanta cuando te quedas sin aliento de esa forma —le dijo él, hociqueando su nuca.

—¿Oíste eso?

—Puedes apostarlo. —Continuó con la caricia, preguntándose si quizás debería darle la vuelta para acomodarla encima de su erección. Sabe Dios, que podría cerrar la puerta desde donde estaba—. ¿Qué hay en el sobre, leelan? —Deslizó una mano directamente entre sus muslos, cubriendo su centro, masajeándolo. Esta vez entre una y otra respiración entrecortada pronunció su nombre, y qué sexy se oyó—. ¿Qué tienes ahí, tahlly?

—Es… una declaración… de linaje —dijo Beth con voz ronca, comenzando a mecer sus caderas—. Para determinar un testamento.

Wrath movió el pulgar sobre el dulce lugar y le mordisqueó el hombro.

—¿Quién ha muerto?

Tras un jadeo, dijo:

—Montrag, hijo de Rehm. —Ante el nombre, Wrath se quedó helado y Beth cambió de sitio, como si hubiera girado la cabeza para mirarle—. ¿Lo conocías?

—Era el que quería que me asesinaran. Lo que significa, por la Antigua Ley, que todo lo suyo ahora es mío.

—Bastardo. —Beth maldijo un poco más, y se oyó el sonido de páginas siendo giradas—. Bien, tiene un montón de… Guau. Síp. Muy rico… Eh. Es Marissa y su padre.

—¿Marissa?

—Según parece es la pariente más cercana al tipo. He oído que está viviendo en un apartamento. V fue a instalarle la seguridad, pero… no es muy agradable.

Wrath frunció el ceño.

—Saxton, el abogado, ha escrito una nota personal… Oh, esto es interesante.

—¿Saxton? Lo conocí la otra noche. ¿Qué dice?

—Dice que tiene casi la total seguridad de que los certificados de linaje de Marissa y su padre son auténticos y está dispuesto a poner su reputación en juego para responder por ellos. Espera que facilites el reparto del patrimonio, ya que le preocupan las pobres condiciones en las que vive. Dice… dice que es digna del golpe de suerte que se le ha presentado inesperadamente. El «inesperadamente» está subrayado. Luego añade… que no había tenido contacto con Montrag en un siglo.

Saxton no le había dado la impresión de ser un tipo estúpido. Al contrario. Aunque en Sal no había habido confirmación acerca de todo el asunto del asesinato, esa nota escrita a mano seguro como la mierda que parecía ser una forma sutil de pedirle a Wrath que no ejerciera sus derechos como monarca… que se inclinara a favor de parientes que se habían sentido conmocionados al saber que eran los siguientes en la línea sucesoria, que estaban necesitados de dinero… y que no tenían nada que ver con el complot. Como si Marissa fuera a ser capaz de algo así.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Beth, apartándose el cabello de la frente.

—Montrag se merece lo que le ha pasado, pero sería fantástico si algo bueno resultara de todo esto. Nosotros no necesitamos los activos, y Marissa ya ha sufrido varias veces.

Beth presionó su boca contra la de él.

—Te amo tanto.

Él rió y la retuvo contra sus labios.

—¿Quieres demostrármelo?

—¿Después de que apruebes esta petición? Por supuesto.

Para tramitar el testamento, tuvieron que juguetear con la llama, la cera y el sello real otra vez, pero esta vez él tenía prisa, era incapaz de esperar un segundo más de lo necesario antes de entrar en su hembra. Su firma todavía se estaba secando y el sello enfriándose cuando tomó de nuevo la boca de Beth…

El golpe en la puerta le hizo gruñir mientras fulminaba con la mirada el origen del sonido.

—Lárgate.

—Traigo noticias. —La amortiguada voz de Vishous se oía baja y tensa. Lo cual añadía el calificativo de malas a lo que había dicho.

Wrath abrió los paneles con la mente.

—Háblame. Pero hazlo rápido.

La inspiración horrorizada de Beth le dio una idea de la expresión de V.

—¿Qué ha pasado? —murmuró ella.

—Rehvenge está muerto.

¿Qué? —dijeron ambos al mismo tiempo.

—Acabo de recibir una llamada de iAm. El ZeroSum ha sido reducido a cenizas, y según el Moro, Rehv estaba dentro cuando ocurrió. No hay forma de que haya sobrevivido.

Hubo una zona muerta mientras las repercusiones se afianzaban.

—¿Lo sabe Bella? —dijo Wrath en tono grave.

—Todavía no.

Dagger

John Matthew rodó sobre su cama y se despertó cuando algo duro se hincó en su mejilla. Con una maldición, levantó la cabeza. Oh, genial, él y Jack Daniel’s habían disfrutado de un par de asaltos, y las secuelas de los golpes del whisky aún perduraban: a pesar de estar desnudo tenía demasiado calor, la boca tan seca como la corteza de un árbol, y la necesidad de llegar al baño antes de que su vejiga explotara.

Sentándose, se pasó la mano por el cabello y los ojos… y consiguió que su resaca se despabilara.

Cuando la cabeza empezó a palpitarle, agarró la botella que había estado utilizando como almohada. Sólo quedaba un centímetro de alcohol en el fondo, pero eso era suficiente para contener a esa cabrona. Listo para aliviarse, fue a desenroscar el tapón de Jack y descubrió que no estaba puesto. Menos mal que se había quedado dormido con la botella en posición vertical.

Bebiendo con fruición, llevó esa mierda a su barriga y se dijo a sí mismo que sólo tenía que concentrarse en respirar hasta que pasaran las oleadas de náuseas que se habían disparado en su estómago. Cuando sólo quedaron vapores en la botella, dejó al soldado muerto sobre el colchón y bajó la mirada a su cuerpo. Su polla estaba dormida contra su muslo, y no podía recordar la última vez que había despertado sin una erección. Pero bueno, había estado con… ¿tres? ¿Cuatro? ¿Con cuántas mujeres había estado? Dios, no tenía ni idea.

Había utilizado condón una vez. Con la prostituta. El resto había sido sin nada y retirándose en el momento preciso.

En imágenes borrosas, se vio con Qhuinn haciendo doblete con alguna de las mujeres, después solo con otras. No podía recordar cómo se había sentido, no recordaba nada de los orgasmos que había tenido, ni ninguno de los rostros, apenas sí recordaba el color de sus cabellos. De lo que sí se acordaba era que tan pronto como había vuelto a su habitación, había tomado una larga ducha caliente.

Toda la mierda que no recordaba, había dejado una mancha en su piel.

Con un gemido, sacó las piernas de la cama y dejó que la botella cayera al suelo junto a sus pies. El viaje al baño fue una auténtica fiesta, estaba tan falto de equilibrio que zigzagueó… bueno, como un borracho, de hecho. Y caminar no era el único problema que tenía. De pie, enfrente del inodoro, tuvo que apoyarse contra la pared y concentrarse en su puntería.

De vuelta a la cama, tiró una sábana sobre la parte inferior de su cuerpo, a pesar del hecho de que se sentía como si tuviera fiebre: aunque estaba solo, no quería permanecer tendido como una estrella porno buscando a una actriz secundaria.

Mierda… la cabeza le iba a estallar.

Cuando cerró los ojos, deseó haber apagado la luz del baño.

De repente dejó de importarle la resaca, sin embargo. Con terrible claridad, recordó a Xhex subida a horcajadas sobre sus caderas, montándole con un ritmo fluido y poderoso. Oh, mierda, era tan vívido, mucho más que sólo un recuerdo. Cuando las imágenes se agotaron, sintió el tenso apretón del cuerpo de ella sobre su sexo y la firmeza con que le había sujetado los hombros y revivió esa sensación de ser dominado.

Conocía cada empujón y deslizamiento, todos los olores, incluso la forma en que ella respiraba.

Con ella, lo recordaba todo.

Apoyándose de costado, recogió la botella del suelo, como si por algún milagro los duendes del alcohol pudieran haber rellenado a la muy cabrona. No hubo suerte.

El grito que estalló al otro lado de la puerta era del tipo que soltaba alguien cuando había sido apuñalado profundamente y con fuerza, y el alarido desgarrador le devolvió la sobriedad como si hubiera chapoteado en un baño helado. John agarró su arma, saltó de la cama, y cuando tocó el suelo ya estaba corriendo, abrió la puerta de un empujón y salió a la carrera al pasillo de las estatuas. Ambos lados de su habitación, Qhuinn y Blay habían hecho lo mismo, e hicieron la misma aparición apresurada listo-para-luchar que él.

Más allá en el pasillo, la Hermandad estaba de pie en el umbral de las habitaciones de Zsadist y Bella, con las expresiones de sus rostros sombrías y tristes.

—¡No! —La voz de Bella era tan alta como había sido el grito—. ¡No!

—Lo siento mucho —dijo Wrath.

Desde el grupo de Hermanos, Tohr miró a John. El rostro del macho estaba pálido y ceniciento, su mirada vacía.

¿Qué ha pasado? —gesticuló John.

Las manos de Tohr se movieron lentamente.

Rehvenge ha muerto.

John respiró profundamente varias veces. ¿Rehvenge… muerto?

—Jesucristo —jadeó Qhuinn.

Los sollozos de Bella se precipitaban desde la puerta del dormitorio, hacia el pasillo, y John deseó acudir a ella. Recordaba lo que era ese dolor. Había estado en esos horribles y paralizantes zapatos cuando Tohr había huido, justo después de que la Hermandad hubiera hecho exactamente lo mismo que estaba haciendo ahora… comunicar la peor de las noticias que alguien pudiera oír.

Él había gritado igual que lo había hecho Bella. Llorado del mismo modo que ella ahora.

John volvió a mirar a Tohr. Los ojos del Hermano ardían como si hubiera cosas que deseara decir, abrazos que deseara ofrecer, errores que deseara enmendar.

John estuvo a punto de acercarse al tipo.

Pero luego se volvió y entró tambaleándose en su habitación, cerró la puerta y pasó la llave. Se sentó en la cama, sosteniendo el peso de los hombros con sus manos y dejando que su cabeza quedara colgando entre ellos. El caos de su pasado le aporreaba el cerebro, pero en el centro de su pecho había una única palabra predominante: No.

No podía volver a confiar en Tohr. Había sido exprimido demasiadas veces. Además, ya no era un niño, y Tohr nunca había sido su padre, así que toda esa mierda de papi-sálvame no se aplicaba a ellos dos.

Lo más cerca que iban a estar era de guerrero a guerrero.

Sacando a la fuerza la mierda de Tohr de su mente, pensó en Xhex.

En ese momento debía de estar sufriendo. Y mucho.

Odiaba que no hubiera nada que pudiera hacer por ella.

Sólo que luego se recordó a sí mismo que incluso si lo hubiera, ella no querría lo que él tenía para ofrecer. Eso lo había dejado perfectamente claro.

Dagger

Xhex estaba sentada en la cama gemela en su casa sobre el Río Hudson, con la cabeza colgando, y el peso de sus hombros apoyado sobre sus manos. Junto a ella, sobre la fina manta, estaba la carta que iAm le había dado. Después de sacarla del sobre, la había leído una vez, vuelto a doblar a lo largo de sus prístinos pliegues, y se había retirado a esta pequeña habitación.

Moviendo la cabeza a un lado, miró a través de las ventanas cubiertas de escarcha hacia el río perezoso y lóbrego. Hoy hacía un frío penetrante y la temperatura ralentizaba la corriente del agua y congelada las orillas rocosas.

Rehv era un maldito cabrón.

Cuando ella le había jurado que cuidaría de una hembra, no había pensado detenidamente en la promesa. En la carta, le recordaba el compromiso e identificaba a la hembra como ella misma: no debía ir a buscarlo, ni poner en peligro la vida de la princesa en modo alguno. Más aún, en el caso de que hiciera algo parecido en nombre de él, no aceptaría su ayuda y escogería permanecer en la colonia sin importar qué acciones tomara para salvarle. Finalmente, le indicaba que si iba contra sus deseos y su propia palabra, iAm la seguiría a la colonia, por lo que pondría en peligro la vida del Sombra.

Hijo. De. Puta.

Era el enroque perfecto, digno de un macho como Rehv: podía estar tentada a olvidar su promesa, y también podía pensar que había un modo de hacer que su jefe recobrara el sentido común, pero ya cargaba con la vida de Murhder alrededor del cuello, y ahora con la de Rehvenge. Añadir la de iAm a la lista la mataría.

Además, Trez seguiría a su hermano. Convirtiéndolos en cuatro.

Atrapada por la situación, aferró el borde del colchón tan fuerte que le temblaron los antebrazos.

De alguna forma, el cuchillo llegó a la palma de su mano; sólo después recordaría que había tenido que levantarse y caminar desnuda hasta el otro lado de la habitación para llegar a sus pantalones de cuero y sacarlo de su funda.

Cuando estuvo de regreso en la cama, pensó en los machos que había perdido en el curso de su vida. Vio el largo cabello oscuro de Murhder, sus profundos ojos y el rastrojo que siempre lucía en la fuerte barbilla… oyó su acento del Antiguo País y evocó la forma en que siempre olía a pólvora y sexo. Después vio la mirada amatista de Rehvenge, su mohawk y su hermosa ropa… olió su colonia Must de Cartier y revivió su elegante brutalidad.

Finalmente, imaginó los ojos azules oscuro de John Matthew y el cabello castaño al estilo militar… le sintió moviéndose profundamente en su interior… oyó su pesada respiración cuando su cuerpo de guerrero le había dado lo que deseaba y no había sido capaz de manejar.

Todos se habían ido, aunque al menos dos de ellos todavía estaban vivos sobre el planeta. Pero la gente no tenía que morir para salir de su vida.

Bajó la mirada a la hoja cruelmente afilada y brillante e inclinó la cosa de forma que capturara la débil luz del sol emitiendo un destello que la cegó momentáneamente. Era buena con los cuchillos. De hecho, eran su arma favorita.

El golpe en la puerta le hizo levantar la cabeza.

—¿Está todo bien ahí?

Era iAm… quien no sólo había actuado como cartero de Rehv, sino a quien evidentemente, le habían encargado ser su niñero. Había intentado echarle de su casa, pero él simplemente se convirtió en sombra, tomando una forma que ella no podía sujetar, y mucho menos echar a patadas por la maldita puerta.

También Trez estaba allí, sentado en la sala principal de la cabaña de caza, pero hablando de cambio de papeles. Cuando se había encerrado en su dormitorio, él se había quedado sentado inmóvil en una silla de respaldo recto, mirando al río y guardando un profundo silencio. A consecuencia de la tragedia, los hermanos habían intercambiado personalidades, siendo iAm el que hablaba: por lo que podía recordar, Trez no había dicho ni una palabra desde que habían recibido la noticia.

Sin embargo todo ese silencio, no significaba que Trez estuviera de duelo. Su rejilla emocional estaba marcada por la furia y la frustración, y tenía la sensación de que Rehv, con toda su puñetera sabiduría, había encontrado una forma de atrapar a Trez también impidiéndole entrar en acción. El Moro estaba, al igual que ella, intentando encontrar una salida, y conociendo a Rehv, no habría ninguna. Era un maestro de la manipulación… siempre lo había sido.

Y había invertido mucho esfuerzo tramando esta partida estratégica. Según iAm, todo estaba arreglado, no sólo a nivel personal, sino financiero también. iAm se quedaba con Sal; Trez con el Iron Mask; ella con un montón de efectivo. También se había ocupado de Marissa, aunque iAm dijo que él se encargaría de eso. El grueso de las propiedades familiares que pasaba a Nalla, la pequeña recibiría millones y millones de dólares, junto con toda la herencia de la familia que, de acuerdo con la primogenitura había sido propiedad de Rehv y no de Bella.

Había hecho una salida perfecta, borrando completamente los negocios de droga y apuestas del ZeroSum. El Mask todavía tenía chicas de alquiler, pero ningún miembro del otro personal iría allí ni al Sal. Con la marcha del Reverendo, todos ellos estaban prácticamente limpios.

—Xhex, di algo para saber que sigues viva.

No había forma de que iAm pudiera atravesar la puerta o desmaterializarse dentro para comprobar si todavía respiraba. La habitación era una caja fuerte de acero, completamente impenetrable. Había incluso una fina malla alrededor del marco de la puerta de forma que no podía entrar como sombra.

—Xhex, ya le hemos perdido a él esta noche. Haz que seáis dos y voy a volver a matarte otra vez.

—Estoy bien.

—Ninguno de nosotros está bien.

Cuando no replicó, oyó a iAm maldecir y alejarse de la puerta.

Tal vez más tarde podría ayudarlos a los dos. Después de todo, eran las únicas personas que sabían cómo se sentía. Ni siquiera Bella, que había perdido a su hermano, conocía la agudeza de la tortura que ellos tres iban a tener que soportar durante el resto de sus días. Bella pensaba que Rehv estaba muerto, así que podía pasar por el proceso de duelo, salir al otro lado y seguir con su vida de algún modo.

¿Xhex, iAm y Trez? Iban a estar atrapados en el limbo-infierno de saber la verdad sin ser capaces de hacer una mierda para cambiarlo… Resultado que la princesa quedaba libre para torturar a Rehvenge mientras a éste le latiera el corazón.

Al pensar en el futuro, Xhex aferró la empuñadura de la daga con fuerza.

Y cuando bajó el arma hasta su piel apretó aún más.

Con la boca apretada para contener dentro el dolor, Xhex derramó su propia sangre en vez de lágrimas.

Aunque, ¿qué diferencia había en realidad? De todos modos los symphath lloraban rojo, al igual que la vena.

Dagger

El cerebro de Rehv entró de nuevo en modo encendido, recuperando el conocimiento en una lenta oleada fluctuante. Su consciencia llameaba, se desvanecía y volvía a regresar, extendiéndose desde la base de su cráneo hasta su lóbulo frontal.

Sentía sus hombros en llamas. Ambos. La cabeza le estaba matando desde que el symphath le había asestado el golpe con el mango de la espada enviándole a un dulce sueño. El resto de su cuerpo lo sentía curiosamente ingrávido.

Al otro lado de sus párpados cerrados, la luz centelleaba a su alrededor y él la registraba de un color rojo profundo. Lo que significaba que su sistema estaba completamente libre de dopamina y ahora era lo que siempre sería.

Inspirando por la nariz olió… tierra. Tierra limpia y húmeda.

Pasó un rato antes de que estuviera listo para echar un vistazo, pero finalmente necesitó otro punto de referencia además del dolor de sus hombros. Abrió los ojos y parpadeó. Había velas tan largas como sus piernas dispuestas en los confines de lo que aparentaba ser alguna especie de cueva, las llamas que palpitaban en la cima de cada una de ellas eran de un color rojo sangre y se reflejaban sobre paredes que parecían líquidas.

Líquidas no. Había cosas que reptaban por la piedra negra… que reptaban por todo…

Rápidamente bajó los ojos hacia su cuerpo, y se sintió aliviado al ver que sus pies no estaban en contacto con el suelo movedizo. Miró hacia arriba y… vio que había cadenas que colgaban desde lo alto del techo ondulado y que le sostenían en el aire, cadenas que sujetaban… varillas que habían sido insertadas a través de su torso por debajo de sus hombros.

Estaba suspendido en medio de la cueva, su cuerpo desnudo flotaba por encima y por debajo de los relucientes y palpitantes lindes de roca.

Arañas. Escorpiones. En su prisión proliferaban los guardianes venenosos.

Cerrando los ojos, extendió su lado symphath, tratando de encontrar a otros de su especie, decidido a salir del lugar donde estaba, para comunicarse con mentes y emociones que pudiera manipular para poder liberarse: si bien había ido a la colonia para quedarse, eso no significaba que debiera continuar colgado como un candelabro.

Excepto que todo lo que podía sentir era una telaraña de estática.

El elenco de los cientos de miles que lo rodeaban formaba una manta psíquica impenetrable, castrando su lado symphath, no permitiendo que nada entrara o saliera de la cueva.

A su pecho se aferraba la cólera más que el miedo, se estiró para agarrar una de las cadenas y tiró de ella usando sus macizos músculos pectorales. El dolor lo hizo temblar de la cabeza a los pies, haciendo oscilar su cuerpo en el aire, pero sus ataduras no se movieron y el cerrojo del mecanismo que atravesaba su carne no se desplazó.

Cuando se balanceó hacia atrás quedando en posición vertical, oyó un sonido, como si se hubiese abierto una puerta detrás de él.

Alguien entró, y supo de quién se trataba, por el fuerte bloqueo psíquico que había levantado.

—Tío —dijo.

—En efecto.

El rey de los symphaths entró apoyándose en su bastón y arrastrando los pies, las arañas que había en el suelo rompieron brevemente la colcha que formaban sus cuerpos, para abrirle camino y luego volver a cerrarlo. Bajo el traje imperial color rojo sangre el cuerpo de su tío era débil, pero el cerebro que había sobre aquella columna vertebral encorvada era increíblemente poderoso.

Probando sin lugar a dudas que la fuerza física no era la mejor arma de un symphath.

—¿Cómo te sientes en tu reposo flotante? —preguntó el rey, y su tocado real de rubíes reflejó la luz de la vela.

—Halagado.

El rey alzó las cejas por encima de sus brillantes ojos rojos.

—¿Cómo es eso?

Rehv miró a su alrededor.

—El cerrojo y la llave que has elegido para mantenerme encerrado son impresionantes. Lo que significa que soy demasiado poderoso como para que te sientas cómodo o que eres más débil de lo que deseas.

El rey sonrió con la serenidad de alguien que se sentía completamente a salvo.

—¿Sabes que tu hermana desea ser rey?

—Hermanastra. Y no me sorprende.

—Durante un tiempo le di lo que quería en mi testamento, pero me di cuenta de que estaba siendo indebidamente influenciado y lo cambié todo. Para eso te chantajeaba. Lo que obtenía lo utilizaba para hacer transacciones comerciales de todo tipo con humanos. —Su expresión sugería que eso era semejante a invitar ratas a la cocina—. Esa actitud por sí sola, indica que es completamente indigna de gobernar. El miedo es mucho más útil para motivar subordinados… el dinero, es comparativamente irrelevante si uno está intentando ganar poder. ¿Y matarme? Supuso que de esa forma podría evitar mi plan de sucesión, lo que exagera enormemente sus capacidades.

—¿Qué hiciste con ella?

Una vez más mostró aquella sonrisa serena.

­—Lo que era conveniente.

—¿Cuánto tiempo vas a mantenerme así?

—Hasta que ella muera. Saber que te tengo y que estás vivo es parte de su castigo. —El rey miró las arañas que había a su alrededor, algo parecido al afecto verdadero llameó en su rostro blanco de Kabuki—. No te preocupes, mis amigas te cuidarán bien.

—No lo estoy.

—Lo estarás. Lo prometo. —Sus ojos regresaron a Rehv, sus rasgos andróginos adoptaron una expresión demoníaca—. No me gustaba tu padre y me alegró bastante que le mataras. Habiendo aclarado eso, debo decir que no tendrás la oportunidad de hacer lo mismo conmigo. Vivirás únicamente mientras lo haga tu hermana, luego seguiré tu buen ejemplo y reduciré el número de mis parientes.

—Medio. Hermana.

—Pones mucho énfasis en distanciar los lazos que te unen a la princesa. No me extraña que te adore como lo hace. Para ella aquello que es inalcanzable, siempre ostenta el mayor encanto. Y es, repito, la única razón por la cual sigues vivo.

El rey se inclinó sobre el bastón y arrastrando los pies lentamente, comenzó a desandar el camino que había recorrido al llegar. Justo antes de salir del campo visual de Rehv, se detuvo.

—¿Alguna vez has estado en la tumba de tu padre?

—No.

—Es mi lugar favorito en todo el mundo. Pararme sobre la tierra donde su carne se quemó sobre la pira funeraria, convirtiéndose en cenizas… adorable. —El rey sonrió con fría alegría—. Que fuera asesinado por tu mano lo hace aún más dulce ya que siempre pensó que eras débil e inútil. Debe haberle atormentado bastante saber que fue vencido por un ser inferior. Descansa bien, Rehvenge.

Rehv no respondió. Estaba demasiado ocupado espoleando las paredes mentales de su tío, buscando una forma de entrar.

El rey sonrió, como si aprobara sus intentos, y siguió su camino.

—Siempre me gustaste. A pesar de que sólo seas un mestizo.

Hubo un chasquido, como si se hubiera cerrado una puerta.

Todas las velas se apagaron.

La desorientación hizo que a Rehvenge se le cerrara la garganta. Al verse abandonado, flotando en la oscuridad, sin nada que lo orientara, le invadió el terror. No poder ver era lo peor…

Las varillas que atravesaban la parte superior de su cuerpo comenzaron a temblar ligeramente, como si soplara una brisa que hiciera vibrar las cadenas.

Oh, Dios… no.

Las cosquillas empezaron en sus hombros y se intensificaron de prisa, fluyendo hacia abajo por su estómago y sus muslos, corriendo hacia la punta de sus dedos, cubriendo su espalda, floreciendo por su cuello hacia su rostro. Usó sus manos en la medida de lo posible. Trataba de apartar a la multitud, pero aunque tiraba muchas al suelo, había más que se superponían. Estaban sobre él, moviéndose sobre él, cubriéndolo como una camisa de fuerza de diminutos toques en continuo movimiento.

El revoloteo en sus fosas nasales y alrededor de sus oídos era su perdición.

Hubiera gritado. Pero entonces se las habría tragado.

Una respuesta to “Amante Rescatado: Capítulo 32”

  1. Hola!

    Me encanta tu impresionante historia. Planeas seguirla?

Deja un comentario